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Hotel Noyolotzin

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Antes de su desaparición, Samuel Noyola no dejó de escribir poesía durante la temporada que vivió en el Callejón de Xoco. También solía recitar ahí algunos de sus sonetos.

Había noches en las que los muchachos del barrio se reunían en torno a su presencia para oírlo decirlos en la banqueta. Samuel era capaz de generar expectativa y cierta tensión a su alrededor para luego advertir a su improvisado público: “Ahora quiero una cheve para que finalmente salga el poema”.

Tras recibir su pago, declamaba el poema en dos o tres actos, cuyos intermedios los ocupaba en beber y brindar con su cerveza.

A algunas mamás no les agradaba la idea de darle dinero al poeta para que comprara alcohol, por lo que los chavos eran regañados de vez en cuando. Sin embargo, todo los vecinos del rincón de la colonia Narvarte procuraban darle comida gratis al artista que tenían ahí.

“Nos enorgullecía tener entre nosotros a un poeta”, cuenta Memo Peyotero, quien recuerda que Samuel recibía visitas esporádicas de otros poetas como Marcos Davison y Mario Santiago Papasquiaro, el mismo que en su momento lo bautizaría como Vaquero del Mediodía, durante una tertulia matutina en el Café La Habana, presenciada por el escritor Juan Villoro.

Samuel también recibía notificaciones oficiales ahí. En 2002, cuando residía en la camioneta suburban azul de un primo de Peyotero llamado Simón Velázquez (la camioneta conocida como Hotel Noyolotzin), acudió un personero del Instituto Nacional de Bellas Artes con una carta en la que lo invitaban a recibir un homenaje.

“Todos aquí supimos del homenaje porque nos enseñó la carta, y el día del evento, como no quiso entrar a ninguna casa a bañarse, le sacamos la manguera para bañarlo. Un vecino le sacó una supercamisa y otro le regaló un superpantalón para que fuera a la línea. Como te digo, era un orgullo que Samuel estuviera aquí con nosotros en la comunidad”, explica el escultor.

—¿Por qué se fue Samuel de tu cuarto de la azotea a vivir en la Caribe y en la Suburban del Callejón?

—No sé si pueda decirte todo, son cosas de la vida, pero yo estaba trabajando y de repente me faltó una cosa. “Samuel, me falta esto”, le dije, en referencia a unas gubias con las que yo trabajaba mis esculturas, así es tuvo que decirme: “Memo, me llevé tus gubias y las dejé empeñadas en la vinatería”. Después de eso fuimos y pagué el artículo por el cual las había cambiado: una cerveza.

Ya cuando regresamos le dije: “Samuel, creo que se acabó el cuarto, pero tenemos la Caribe”. Y se fue a la Caribe, aunque luego lo volví a subir. Samuel ya había entendido que no podía hacer eso de cambiar mis instrumentos de trabajo por una cerveza. Así estuvo aquí otros dos años, hasta que después llegó la camioneta Suburban y le ofrecí que podía dormir ahí, porque además salía mucho en la noche y en algún momento, mi padre, quien era el dueño de esta casa, me dijo: “oye, es que Samuel entra y sale mucho”.

***

En uno de los últimos textos que Samuel decidió publicar en Letras Libres antes de desaparecer, menciona su estancia en el Hotel Noyolotzin, así como su trabajo en el salón de baile La Maraka y en los tacos de cochinada de Don Beto (ubicados en Vértiz y Eje 5), además de resaltar la existencia cercana de un Oxxo “orgullosamente regio”.

Pero el texto titulado Octavio y la Suburban tiene como objetivo aparente explicar una errata matemática de Las Trampas de la Fe, uno de los libros canónicos de su maestro Octavio Paz. Samuel identifica la falla al hacer una comparación del sueldo que ganaba “el misógino verdugo de Juana Inés y el del virrey en turno”.

Tras aclarar que está escribiendo lo que escribe desde la memoria, recomienda a los interesados encontrar el gazapo numérico, escudriñar entre las páginas 90 y 100 de la edición del Fondo de Cultura Económica (FCE).

Junto a Peyotero, leo en voz alta el artículo de Samuel, hasta que soy interrumpido por el amigo y anfitrión del poeta: “Samuel tenía una lucidez muy grande. A pesar de andar bebido se le reconocía siempre que tenía una gran lucidez. Era tan lúcido que te podía inventar una poesía en el momento”.

Sigo con la lectura de Octavio y la Suburban y casi al final del texto Samuel especula que ninguno de los editores del Premio Nobel ha detectado el lapsus, o bien, si lo han visto, no se han atrevido a corregirlo.

El poeta concluye asegurando que a Paz le hubiera encantado que alguien se lo señalara. Más aún, alguien como él: un lector del Callejón de Xoco, encerrado en la oscuridad de una vieja Suburban renombrada como Hotel Noyolotzin.

***

¿Cómo interpretas los textos de Samuel sobre el Callejón de Xoco?, pregunto a Peyotero.

—Siento que Samuel se sentía solo, pero que aquí, entre la soledad, encontraba una felicidad misma. Porque le gustaba estar en la soledad. A mí muchas veces me corrió de aquí. Me decía que este no era mi lugar, porque él necesitaba seguir creando, aunque luego salía a caminar por las noches.

—¿Trabajó en La Maraka?

—Algunas noches trabajó como franelero, pero lo hacía porque le gustaba. No cobraba por hacerlo y a veces rechazaba la misma propina que los automovilistas le ofrecían por haber cuidado su automóvil. Muchas veces rechazó esa propina que le ofrecían.

—Dice que el gerente del lugar, de nombre Alejandro, le ofreció trabajo...

—Sí, sí, sí, él se debe de acordar. De hecho hoy hay evento en La Maraka y Alejandro debe estar en la entrada del salón, como siempre. También debe acordarse de él Charly, un empleado del valet parking que todavía trabaja ahí.

—También cuenta en otro de esos textos que diseñó los cajones del estacionamiento de La Maraka…

—Sí, él los diseñó para que se aprovechara mejor el espacio.

—Y resalta a Jordi y La Flaca, unos vendedores de bienes raíces que vivían en el edificio de enfrente de La Maraka. ¿Los ubicas?

—Claro, todavía están viviendo ahí. De hecho, La Flaca era novia de Jordi y luego se hizo novia de Samuel. Jordi es un español y cuando se enteró de que Samuel era el amante de La Flaca tuvo un arranque de celos, pero nunca le hizo nada a Samuel, porque decía que era un gran artista y que se merecía todo por el arte, es lo que decía Jordi y todos los que conocimos a Samuel por aquí estábamos de acuerdo en eso.

Diego Enrique Osorno


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