Estoy en Hauptbahnhof, imponente central ferroviaria de Berlín, convertida hoy en uno de los trágicos nodos que va creando la guerra de Ucrania a lo largo de Europa. Por sus vías llegan trenes con personas escapando de la invasión rusa iniciada el 24 de febrero.
Los viajeros se bajan con lo que lograron traer de sus casas, a más de mil 300 kilómetros de distancia. Buscan orientación dentro de la terminal en forma de bóveda que cubre andenes, tiendas, pasillos y escaleras que suben y bajan. Pero este laberinto que los recibe tiene por todos lados letreros azul y amarillo ucranianos para guiarlos.
El paisaje sería aún más infausto si no hubiera alemanes angustiados y activos buscando aminorar el desconcierto de los viajeros. Digo viajeros por la inercia sexista del lenguaje, ya que la abrumadora mayoría de las personas desplazadas son mujeres. Mujeres, niños y apenas unos cuantos hombres mayores de 60 años.
Una vez que las viajeras arriban a un espacio habilitado por autoridades y sociedad civil, hay mesas con café caliente, medicinas, atención para mascotas, área de juegos infantiles, refrigerios, información LGBT y asesoría de la situación migratoria, que es libre hoy para los pasaportes ucranianos en todos los países de la comunidad europea.
En otro salón más grande, donde voluntarios con chalecos amarillos corren de un lado a otro, se ofrecen platillos calientes y fruta, así como alimentos para gatos y perros, ropa de invierno y juguetes.
Todo lo que sucede aquí, por más trivial, resulta dramático. Niños felices juegan en la burbuja improvisada en medio del caos, mientras sus madres respiran un poco e intentan conseguir información de Kiev para saber de sus esposos o hermanos o hijos. Otras averiguan opciones para quedarse en Berlín.
Más preciso que viajeras sería llamarlas refugiadas, porque aunque algunas tienen conocidos o familiares aquí, la mayoría no. Por eso hay hoteles regalando habitaciones temporales, albergues gubernamentales y berlineses espontáneos que ofrecen un cuarto de sus casas para hospedarlas.
Y los trenes no dejan de llegar. En un pizarrón se anuncia que solo hoy faltan cuatro más por arribar, cuando apenas son las tres de la tarde.
El mundo también está en suspenso aquí en Hauptbahnhof.
Diego Enrique Osorno