Policía

El fracaso como inspiración

“Me encanta terminar un guion, dejarlo descansar y esperar al misterioso efecto de releer”. Especial
“Me encanta terminar un guion, dejarlo descansar y esperar al misterioso efecto de releer”. Especial

El comediante, producción de Bengala y Panorama, que se estrenó este fin de semana como film original de Netflix, es protagonizada, coescrita y codirigida por Gabriel Nuncio, un versátil creador cuya trayectoria cinematográfica, pese al título de su estupenda película, está marcada más por el drama que por el humor. Sus primeros créditos como cineasta fueron colaborando con el aclamado director Cary Fukunaga (True Detective, Maniac, James Bond…) en dos proyectos de corte realista social: el crudo y poco conocido cortometraje Victoria para Chino y el largometraje sobre migración Sin nombre.

Después, en Cumbres, su ópera prima como director, Nuncio parte de un terrible y sonado crimen ocurrido en su natal Monterrey para analizar la condición humana de un par de jóvenes hermanas; mientras que en el documental Camino a Roma, disecciona el proceso personal de Alfonso Cuarón para regresar a México a realizar su más reciente filme.

Es en su faceta de guionista donde explora la comedia de forma más puntual al ser uno de los escritores principales de serie de La Casa de las Flores. Pero la que parece ser la semilla de El comediante, se encuentra más cerca de un proyecto de stand up iniciado por Nuncio y otros amigos hace una década bajo el nombre Monclova no existe.

He ahí, en ese aparente divertimento, el germen de una película original y revitalizante en su forma de plantear una historia sobre el fracaso, más terrenal y menos galáctico de lo que parece, con la entrañable actuación de Cassandra Ciangherotti y del propio Nuncio, ya conocido antes por las amplias audiencias mexicanas, gracias a su papel como El Doc, en la serie de Luis Miguel.

El comediante no es propiamente una comedia —o no solo es humor negro—, justo porque su creador es un explorador muy inteligente del drama, y esa viveza se siente en cada escena, pero ojo: la inteligencia referida está al servicio de algo más personal e íntimo, como lo es la honesta vivencia emocional previa de Nuncio, logrando así un tono nostálgico, una saudade que la vuelve una película, en mi opinión, certera.

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—¿Por qué hacer una comedia tan triste? —pregunto a Nuncio.

—No me di cuenta que iba a ser una comedia triste (me encanta el término) hasta muy avanzado el proceso. Fue una película de mucha exploración, tanto con todos los y las cómplices —especialmente Rodrigo Guardiola con quien codirigí y Cassandra Ciangherotti, quien actúa y acompañó el proyecto durante años—.

Incluso, ya en el rodaje, me di cuenta que a pesar de todas las anécdotas personales que estaba reviviendo, referenciaba inconscientemente  a mi hermano Carlos, poeta, pintor y músico errante, que renunció a descifrar la narrativa de los sueños alcanzados, que termina por ser un grillete en la vida. Cuando Carlos murió dejó algunas pertenencias, entre ellas un viejo sweater al que le tengo mucho cariño. Es el que usé para la última escena de la película. 

—¿Qué tanto te expusiste en una película como ésta?

—Nunca pensé en qué tanto me exponía o no, pues eso me podía llevar a pasteurizar la historia.  Lo que sí es que en un punto descubrí que pese a que el personaje se llama Gabriel Nuncio, y la mayoría son anécdotas reales, e incluso algunas escenas fueron realizadas en mi departamento, una vez que todos estos elementos atraviesan el prisma de la ficción, se convierten en otra cosa. Se resignifican. Es decir, no soy yo. Y al mismo tiempo sí, pero no del todo. 

Además estoy contando alguien que fui y alguien que aspiro ser. Supongo que es una situación que flirtea con el recurrente término del multiverso. 

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Para hacer El comediante, Nuncio reunió a un equipo fascinante. En la escritura lo acompañó el consolidado guionista Alo Valenzuela; en la codirección, Rodrigo Guardiola (también famoso músico de la banda Zoé), y en la producción, los experimentados Alejandro Durán y Gerardo Gatica, con apoyo de Cecilia Parodi en la parte de desarrollo.

Pero además de la maravillosa interpretación de Ciangherotti, otro de los talentos que más destacan es el de la fotografía a cargo de María Secco, quien otorga una mirada muy natural a los sucesos que van ocurriendo, remarcando las atmósferas para crear momentos más sensitivos que narrativos, con los que el espectador se mete aún más en la experiencia del fracaso como inspiración.

—¿Qué parte del proceso creativo disfrutaste más: escribir, dirigir o actuar? — pregunto a Nuncio.

—En su libro Open, el célebre tenista André Agassi revela que odia el tenis, pero le causa mucho placer ver la pelota rebasar la red. 

Creo que, con sus proporciones, esa es un poco mi relación con escribir. No lo disfruto, pero me encanta terminar un guion, dejarlo descansar y esperar al misterioso efecto de releer y que me guste porque no parece mío. En esta película tuve la fortuna de trabajar con Alejandro Valenzuela, quien me dio brújula e inspiración para no abandonar la aventura. 

Actuar me gusta mucho pero no sé si podría hacerlo con frecuencia. Me sorprende cómo hay actores y actrices que pasan de un proyecto a otro, con una generosa colección de heridas emocionales expuestas todo el tiempo. 

Dirigir me provoca colitis. 

—¿Cómo sobrellevarás la fama?

—Detecto un poco de ironía en esa pregunta. En todo caso, supongo que será una fama menor que puede ser divertida. Cuando aparecí en la serie de Luis Miguel abriendo la puerta para Diego Boneta, o pasándole el teléfono, la gente me reconocía durante tres o cuatro días después del estreno del capítulo. Luego se fue diluyendo y ya rara vez alguien me grita “Doc” en la calle. Y qué bueno. Espero que algo semejante suceda aquí, alguna gente me verá y dirá. ¿de dónde lo conozco?… y luego ya, hacia febrero—marzo volveré al anonimato.

Diego Enrique Osorno

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