No hay que olvidar que el 3 de enero de 2007, hace 14 años, el presidente Felipe Calderón se vistió de militar en un recorrido por un cuartel de Apatzingán y dio inicio simbólico a la llamada guerra del narco en México. Una generación de reporteros fuimos marcados por su cobertura, tratando de descifrarla y denunciarla incluso en sus momentos de popularidad. Aquí algunos recuerdos surgidos en esa ruta trágica para nuestra sociedad.
2008
En este país que se acostumbró al asesinato por hora, suelo ir como si acabara de bajarme de un ovni y apenas me diera cuenta de lo que pasa a mi alrededor.
No he normalizado ni las decapitaciones de personas ni la narcopolítica ni la demagogia gubernamental sobre el uso de las drogas ni tampoco la necropolítica. En especial eso: no he normalizado la muerte como forma de gobierno. Como forma de vida.
2010
Creo que en México hemos dejado que la guerra del narco sea contada sobre todo por el poder. Y el periodismo de poder no es lo mío, aunque por supuesto me interesa mirar y contar el poder.
En lo que no creo es en el periodismo dependiente de sentarse a tomar café con el político de moda o irse a emborrachar con un comandante para que te cuenten una versión aún más absurda. Prefiero mirar la guerra del narco desde los márgenes: la narrativa oficial sobre el narco ya se chingó.
2012
En México, veo una tormenta de mierda cubriéndolo todo, aunque seguramente habrá quienes no ven nada. Que tienen el cielo despejado. O que ven una lloviznita de mierda nada más. Quizá por eso es importante la crónica, porque ayuda a mirar tormentas de mierda que no se ven. Una buena crónica puede lograr hasta que huelas lo que te está contando. Y lo que vive México apesta.
En serio. Y hay un diarismo coprófago que oculta las historias de nuestros muertos. Porque los muertos de la guerra del narco son nuestros, pero no solo esos: también los muertos por tuberculosis y por otras enfermedades curables, los muertos de negligencia, los muertos incómodos, los muertos... Un reto que tiene nuestra crónica es contar el olor que oculta la muerte mexicana. No es fácil, porque es tanta la mierda y nos inunda tanto desde hace tanto tiempo que nos hemos acostumbrado al aroma.