En una de las últimas entregas para este espacio (9/7/19) me permití proponer “un decálogo de acciones que un organismo empresarial podría fomentar entre sus agremiados”. Y enumeré diez propuestas que, si las empresas se decidieran a seguir, harían una contribución para la paz y para la seguridad. Hoy profundizo en la importancia de facilitar la cercanía entre los padres con sus hijos.
El apego entre madre e hijo –me dice mi neuropsicóloga de cabecera– resulta imprescindible para un adecuado desarrollo en la infancia. “El apego es una vinculación afectiva cercana, intensa, duradera y de carácter personal que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de sus interacciones cuyo objetivo es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza”. El bebé necesita establecer apego con la persona que lo cuida para que cuando se sienta amenazado tenga una base segura que le dé consuelo y protección. Los bebés vienen al mundo preparados para establecer ese lazo.
El apego tiene que ver con el desarrollo de la sociabilidad del niño. A través de los patrones de cuidado de la mamá, el bebé a prende a regular sus emociones, porque le permite sobrevivir social, física y psíquicamente. La mamá enseña al bebé a sonreír y responder a las otras personas, a sociabilizar. Cuando el niño no aprende estas respuestas, sus pares lo rechazan y eso dificulta más su relación social. El apego tiene que ver también, con el desarrollo cognitivo: Cuando el bebé siente que tiene una base segura, se anima a explorar el entorno. Y cuando explora el entorno, su cerebro establece más conexiones cognitivas y aprende. El cuidado de la mamá modula también procesos biológicos. Cuando la mamá acaricia al o a la bebé, modula la secreción de diversas sustancias que pueden estar ligadas al crecimiento, o al estrés. Un niño no cuidado concibe el espacio como estrés ante lo que, se ha demostrado, adelanta la maduración sexual, porque se percibe que es importante reproducirse para asegurar a la especie.
Los niños que no se saben supervisados por la madre suelen ser más agresivos. El niño necesita que le hagan caso, de no ser así, desarrolla conductas agresivas para que le pongan atención, y así, establece un patrón de vinculación con los demás con base en la agresión, en el reto a la autoridad e incluso a la humillación de otros. Y extiende este patrón a todas sus relaciones sociales. Los infantes, con el apego inseguro tienen mucho mayor propensión a padecer psicopatologías durante la adolescencia y la edad adulta (trastornos de ansiedad, depresión, psicosis, esquizofrenia, bipolaridad, etc.).
Cuando se habla de ofrecer horarios en los que los padres y madres de familia puedan ver a sus hijos durante el día; o de la necesidad de ofrecer guarderías cercanas a las empresas, para que las madres puedan atender a sus hijos neonatos, se está hablando de que los progenitores puedan establecer relaciones profundas con sus hijos, generar un sano apego. Se está hablando de invertir en la salud física y mental de quienes –a veces retóricamente– llamamos lo más preciado que tiene una sociedad. Eso debería bastar para gastar con gusto en ello. Pero si lo vemos de forma más egoísta, debemos pensar que todo lo que se anteponga a la construcción de un apego adecuado entre los niños y sus padres colabora con el nacimiento de futuros adultos con problemas graves para relacionarse, para empatizar, y quizás, con diversos grados de psicopatías.
Si queremos construir la paz a largo plazo, ésta es una tarea pendiente.
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Con información de: Clara Azcué