Varios se dijeron decepcionados por el Informe de Gobierno del presidente López Obrador, como si luego de más de 500 mañaneras, —un ejercicio inédito de permanente rendición de cuentas y de cercanía con el pueblo— pudieran darse grandes sorpresas. Otros, se manifestaron desconcertados porque se trató de un mensaje político y no de un ejercicio de gobierno, como si en un cambio de régimen ambas nociones pudieran separarse.
Aunque tiene mucha razón el presidente cuando asegura que “hemos avanzado en nuestro objetivo de transformar a México”, creo que se queda corto; prácticamente, no hay lugar de la vida pública del país que haya permanecido intacto durante estos dos años.
Un nuevo sistema de partidos; la lucha contra la corrupción y el cambio en la relación entre las élites políticas y económicas; la moralización de la presidencia; la empatía y cercanía del presidente con los dolores de la gente; la política social más ambiciosa de la historia y sin intermediarios; la construcción de un nuevo poder federal; la relación con los gobernadores; hablarle a la gente y no a los medios.
No se trata únicamente de una transformación de las mayorías, sino de mirar con un nuevo lente los principios y prácticas a las que el país estaba acostumbrado; amplios sectores, tanto públicos como privados, y su morboso deseo de extraer la mayor cantidad de dinero posible de las arcas del Estado, con total impunidad, para beneficiar a los mismos de siempre. Esos intocables que han tenido que empezar a rendir cuentas en este sexenio.
Lo que parecía obvio —gobernar pensando en los más desprotegidos— resultaba impensable, y hoy el pueblo se siente sujeto de derechos y en total libertad de ocupar los espacios públicos y privados que antes le pertenecían, casi por nacimiento, a la clase privilegiada. Invertir el pacto desde arriba para comenzar uno desde abajo. Estamos ante una nueva lógica que prima al ser humano sobre el capital; a lo público sobre lo privado; y a lo colectivo sobre lo individual.
“No todo es perfecto” dijo López Obrador finalizando su discurso. A dos años de su gobierno existe bastante claridad sobre los “qué”, pero resistencias, inclusive desde adentro mismo de la administración pública, sobre los “cómo”. Y gran parte de su principal cruzada, la lucha contra la corrupción, no ha logrado extenderse hacia todos los ámbitos de gobierno y de la sociedad; la legitimidad de la Cuarta Transformación radica todavía en su persona. La revolución de las conciencias no se ha convertido en voluntad colectiva.
Quedan todavía muchos pendientes: la inseguridad; la situación de violencia que enfrentamos las mujeres; la reforma fiscal; y la política; la puesta en marcha del Insabi; y una verdadera reforma de pensiones, por mencionar algunos. Entre tanto, la popularidad del presidente sigue casi intacta a pesar de la manipulación de algunos medios e intelectuales que no quieren entender que México ya cambió.
Al menos, por ahora, avanzamos en una transformación pacífica con gobernabilidad, y todavía hay tiempo. Eso sí, aún sin un partido de gobierno a la altura de ese desafío.