Los juegos olímpicos han comenzado en París y la gran justa deportiva arrancó con polémica y provocación en la ciudad de los Cabarés.
Sin embargo, la inauguración nada tiene que ver con el significado del evento que, dicho sea de paso, nos remonta al siglo VIII a. c, a la antigua Grecia en la ciudad de Olimpia.
Miles de años han pasado y el espíritu genetista de los primeros atletas en competición sigue floreciendo.
Algunos se esfuerzan en distorsionar el significado.
Esos que tienen que monetizar el espectáculo como vendedores de regalos en navidad. Pero esos no son atletas.
Adentrarnos al subjetivismo de lo accesorio, lo irreverente y lo profano (sin un análisis profundo), nos coloca ante filias y fobias. A favor o en contra de lo polémico y provocador…
La competencia y el juego son intrínsecos al ser humano pues el juego, citando a Johan Huizinga “es concebido como fenómeno cultural y no, o por lo menos no en primer lugar, como función biológica.
En ella se emplean los recursos del pensar científico-cultural…” nos señala en su obra Homo Ludens de editorial alianza.
Para muchos cristianos (incluyéndome), la supuesta representación satírica de la última cena por un grupo de Dark Queens en la inauguración que provocó polémica es infecunda y hueca.
Otros se rasgan las vestiduras como en el Gólgota sin comprender el contexto y los tiempos actuales.
Me hago dos preguntas:
¿Usted cree estimado lector que esta polémica les quita el sueño a los atletas de alto rendimiento que están concentrados en Paris? O
¿Cambiará algún sentido la mística de los juegos olímpicos a celebrarse en California en el 2028?
Definitivamente no.
La identidad de unos juegos olímpicos no está definida por el espectáculo de inauguración que es accesorio y subjetivo al movimiento deportivo.
Las presentaciones artísticas y toda la parafernalia del espectáculo que acompañan a los eventos deportivos obedecen a la demanda de un público sediento de entretenimiento cuyos valores están concentrados en la vida líquida, recordando a Zygmunt Bauman donde la vaciedad y lo efímero se combinan con lo serio y trascendente.
El espacio hibrido tan ansioso de ocio y esparcimiento.
Las respuestas han sido muchas en torno a la supuesta representación de la última cena de Jesús.
La conferencia del episcopado francés definió el suceso como "escenas de burla y mofa del cristianismo". Un señalamiento puntual y objetivo.
Una ciudad como París donde los cabarés y la bohemia (recordando a Charles Aznavour con su comme ils disent), se hicieron presentes con desparpajo y sin temeridad. Así es la irreverencia que también es respetable…
El París de noche, define al París de día con todo y juegos olímpicos.
Afortunadamente el deporte no tiene ningún carácter sacro.
Su origen tuvo que ver con la competencia donde prevalecen las pruebas de fuerza y de rapidez, las carreras a pie, el levantamiento de pesas y el lanzamiento de disco por poner ejemplos.
Con el paso de los años han entrado otras disciplinas y competencias grupales que abonan la fiesta de las delegaciones participantes.
El mundo compite a través de sus atletas.
Para finalizar y volviendo al título de esta reflexión la supuesta representación de la última cena solo fue una provocación olímpica que nos coloca en escenarios reflexivos para debatir sobre la tolerancia, el respeto y la cultura en tiempos de olimpiadas donde Jesucristo, como gran maestro e iluminado (con mofa y burla), lo hacen presente.
Y recordando al anfitrión de la ultima cena: “No se le puede echar margaritas a los cerdos…”.
@cuauhtecarmona