El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, presentó su plan de seguridad, algo relacionado con la paz —al menos según el nombre—; orgulloso, como quien ha encontrado la fórmula para erradicar todos los males que nos aquejan a los mexicanos, anunció con su voz parsimoniosa y firme que busca crear una guardia nacional, cuyos elementos serían militares, andarían por las calles, deteniendo civiles y haciendo de policías.
Muchas voces que apoyaron la primera parte de la guerra de Calderón y en su segunda etapa con Peña, han levantado la voz diciendo que no se le puede dar tanto poder a los militares, algo estúpido cuando los soldados ya tienen todo el poder —pregunten en Tlatlaya, Ayotzinapa y otros tantos lugares—, el marco legal se lo han pasado tantas veces por los huevos que ese argumento ha perdido validez.
Hace unos días, a un amigo cercano lo detuvieron unos militares en la entrada a León, lo bajaron de su auto, removieron todo al interior del vehículo y al no encontrar nada le metieron sus buenos madrazos; por si tenía pensado hacer algo malo, se le quitaran las ganas.
Los militares por las calles son muestra de que al gobierno entrante no le importan los derechos humanos y las libertades individuales, pero no se equivoque, AMLO sí que busca paz, eso no quiere decir que sea pacifista ni mucho menos; en represión también un pueblo puede estar tranquilo.
El nuevo Presidente buscará que lleguen inversiones por todo el país, muestra: el tren maya. Empresas privadas llegarán con toda su gente, por lo que se ocupa que narcos, indígenas y grupos rebeldes estén quietos, «en paz», en armonía; y no estoy hablando de dictadura, sino de una experiencia PRI, en sus años más duros. Tampoco estoy diciendo que AMLO sea ya un dictador o alguna de las tonterías que hemos visto en el Congreso en últimos días —no me confunda, o tendremos problemas, con panista—.
Pero, ¿lo logrará?
Andrés Manuel debe enfrentar varios frentes antes de militarizar por completo el país, antes de comenzar una tercera etapa de la Guerra contra el Narco, los cárteles se siguen moviendo, están encontrando otras formas de expandirse, entre eso la venta del huachicol, tan prolífica y con tantas ganancias.
También estarán los campesinos e indígenas que no quieran vender o «donar» sus terrenos para el tren u otras obras y comiencen marchas, las cuales no serán nada tranquilas.
¿Cómo hará para que todos los ciudadanos aceptemos que militares patrullen y se muevan por las ciudades y aceptemos? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que comiencen a callar a los habitantes del país, a parte de la prensa y otros críticos?
La cara humanitaria del próximo gobierno se va disolviendo con estas medidas. Hace poco me comentaban que en Torreón, una ciudad golpeada por la primera parte de la Guerra contra el Narco, con los militares las 24 horas, todo se había calmado; sin embargo me queda la duda. Y no por ser pesimista, sino porque todo puede tronar en cualquier momento, los soldados se manejan con códigos diferentes, las leyes de los civiles no aplican en ellos, la estructura social para ellos se puede dejar de lado con una orden. No sé quién presentó esta estrategia a AMLO o si alguien le pidió seguir con ella, pero hay algo que sí sé: yo no quiero a los militares en las calles.
Sobre el NAIM
Más que escribir sobre el aeropuerto en sí, quiero escribir sobre lo que yo pensaba del aeropuerto: primero pensaba que era una buena idea, Texcoco es un lago seco y el aeropuerto era un edificio del primer mundo, lleno de lujos y traería grandes beneficios a muchas personas.
Luego vi un comentario en redes sociales y cambié de opinión, el comentario decía algo como que México pudo acariciar el primer mundo pero no, que se prefería la locura. Dejando de lado la consulta de risa y otras cosas de política, ese armatoste lujoso solo vendría a acentuar aún más la brecha que existe entre los ricos y los pobres, los vencedores y los vencidos, los oprimidos y los opresores; la pobreza en este país está tan marcada, que es imperante trabajar, antes que en un aeropuerto, en los que no tienen que comer ni dónde dormir ni dónde estudiar; espero que el señor Peje piense igual.