A Irazu
A Dieter
Dentro de las relaciones que uno puede cultivar a lo largo de los años hay unas que son demasiado fuertes, están las relaciones con los amigos que están con nosotros en las buenas y en las malas, la de los hermanos, la familia, la pareja, la que se forja a sangre y sudor con el díler y las que nace en el bar de cabecera.
En mi caso, mi parroquia está en Guanajuato capital, un bar en el que viví —y al que vuelvo cada que puedo— cerca de cuatro años, casi sin faltar un solo día, ahí pase fiestas de fin de año, conocí gente increíble y todo lo que se puede hacer en un bar. Los Lobos fue mi familia, cree lazos imposibles de romper.
En las noches estaba en Lobos y por las mañanas —a veces— estaba en la escuela de música, por ese tiempo en el propedéutico, ahí conocí amigos de toda la vida, esos que aún ahora frecuento y busco, con los que comparto anécdotas, pláticas, abrazos y un largo caminar. Hace 13 años, tal vez más o tal vez menos, que llegué a la capital esos espacios —la escuela y el bar— eran mi vida.
Por esos ayeres conocí en Lobos a Dieter, una gran persona, con la sonrisa estampada en la cara, hijo pródigo del bar; sus fiestas de cumpleaños eran una revolución, amable y dispuesto a la plática.
Por la escuela conocí a la que luego sería su esposa, en ese tiempo ella era pareja de un gran amigo mío, no la traté mucho, debo admitirlo.
María, mi pareja, mi esposa y madre de mi hija conoció a Dieter en otro contexto, antes de conocerme a mí, también en Guanajuato capital.
Tiempo después de terminadas nuestras carreras y de habernos cambiado de ciudad, vimos a Dieter y a Irazu en Guanajuato, en uno de nuestros tantos retornos, ellos ya manejaban un restaurante y tenían un niño pequeño, mi hija tenía menos de un año, platicamos cerca de una hora, no estábamos en el bar. Sonreían.
Esta semana me enteré de la muerte de Irazu, en un accidente de motocicleta. No puedo dejar de sentir tristeza por Dieter, por su hijo; de pensar en los momentos compartidos, en lo caminado, en cómo su vida forma parte de mi vida, de lo que fui y de lo que soy.
Me siento cercano a Los Lobos y a su familia, yo soy parte de esa familia. Los lazos dentro de esas paredes me jalan a escribir estas líneas, a —a mi manera— solidarizarme con el dolor y la impotencia de todos los gordos del bar.
Estoy con ellos y con Dieter en espíritu y en corazón, los abrazo a la distancia y me uno a la pena y al luto de mis hermanos de bar, a los de la cerveza en alto y el rock explosivo en la garganta.
¿Qué sigue ahora?, por lo pronto dar la mano, no olvidar a los que un día compartieron con nosotros, a las noches en esa barra y ese bar horrible que amamos, donde pudimos sentirnos en casa, donde nos enamoramos, lloramos, bailamos y nos bañamos en cerveza, un Valhalla a domicilio, incómodo y terrible. Que los cantos sigan después de regresar al polvo.
«Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nadie es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí»