Virginia Fábregas (1871-1950) no solo fue una gran actriz que su pueblo bautizó como la Sarah Bernhardt mexicana, sino una colmena de actores y actrices, de teatro y andanzas, de jiras internacionales y recorrido por los pueblos más recónditos de su país y de una voluntad que la lleva a obstinarse con el teatro durante sus ochenta años de vida. Dicen que en sus últimos años a causa de su sobrepeso había que modificar continuamente la escena por medio de luces y telones, pero ella nunca se arredró.
Cuando uno es muy joven y se vincula por amor a una pareja de su misma laya, las aventuras que pueden surgir son innumerables y sobre todo muy sólidas. Virginia se casa con el actor Francisco Cardona y funda con él o al menos así parece, la compañía de teatro Virginia Fábregas. Y luego de sucesivas temporadas exitosas comprarán juntos un viejo teatro para transformarlo en el teatro que llevará su sello hasta el día de hoy. Ella se bautiza con el nombre de Virginia Fábregas para reemplazar el de María Barragán, apellido de su padre y elección del nombre de pila de su madre. Su humilde origen no anunciaba su vida luminosa, sus éxitos y su fama.
Quiero subrayar que ella elige su destino antes de encontrarse con su primer esposo, puesto que había estudiado en la Academia Nacional de Bellas Artes y su primer papel como actriz fue con un monólogo para, poco después, en 1892, debutar profesionalmente con la obra de Sardou, a la sazón el dramaturgo francés de moda, Divorciémonos.
El reconocimiento que de ella se ha hecho tanto durante su vida como después de su muerte, seguramente tiene que ver con la inmediatez que supone la escena, donde en cada representación centenas de personas asisten a la misma y se enamoran en vivo y en directo de sus protagonistas. También tiene que ver con la descendencia, hijos, nietos y nietas actores y actrices, familia numerosa que siguió y sigue sosteniendo su memoria.
Hasta aquí todo parece maravilloso y no obstante lo que encuentro al revisar notas, homenajes, testimonios, es lo mismo repetido hasta el cansancio. Ninguna huella de quién fue en realidad Virginia Fábregas. Nada que diga de ella algo íntimo o tan siquiera personal. Que se casó dos veces, que anduvo de gira fuera y dentro de México, que la aplaudieron en todas partes, que recibió montones de reconocimientos y homenajes, y que después de su muerte el país no la olvida. Solo eso, datos que no revelan la índole de sus pesares y utopías.
Todo ello por oposición al silencio de las escuelas y las instituciones donde se enseña teatro, al estudio por parte de las nuevas generaciones de su andar por el mundo, la memoria renovada cada día en cátedras, ejercicios teatrales, no, ninguna presencia de su condición de actriz, solo los clichés habituales. Lo cual me lleva a suponer que más que una actriz fue una diva, una figura reconocida por su fama, no por sus talentos. Es cierto que según parece queda el recuerdo de su voz aterciopelada y poderosa. Pero poco más.
De las escritoras, científicas, creadoras de diversas estirpes, conservamos su presencia en hechos, anécdotas, momentos vívidos y luminosos o bien trágicos o difíciles. He intentado encontrar su organismo, su carne viva, he hallado miles de fotos con su poderoso busto, su ajustada cintura que revela el corsé que seguramente la oprimía, sus generosas caderas dándole a su cuerpo una curvatura singular. Pero eso es un cuerpo, una apariencia, un rostro bello o unas curvas tentadoras, eso no es una persona que creó y soñó sobre la escena y cautivó a miles de espectadores con su ser al desnudo, despojado de artimañas. Porque eso es una actriz. Y quiero creer que Virginia Fábregas sí lo fue, de otro modo no hubiera dejado tanta huella. ¿O su memoria es la empresa familiar de sus herederos?
Desde fines del siglo XIX hasta un año antes de morir, a mitad del siglo XX, Virginia vivió en el teatro y para el teatro. Debe haber parido sus hijos entre una obra y otra, debe haber amado de la misma manera, debe haber filmado películas viajando del norte al sur y de regreso, habrá hecho familia y festejos de cumpleaños entre una función y la siguiente. Las ropas que lleva, sus peinados, todo su arreglo hablan de largos cuidados a su apariencia, también esos ritos le habrán ocupado su tiempo como los largos parlamentos de la escena, como la espera de los públicos y de los grandes empresarios. Pienso y repienso todo lo que nos hemos perdido de ella por haberla hecho o inventado como una especie de muñeca teatral o un simulacro de persona o quién sabe, acaso fue ella misma que ocultó su trama íntima y se decidió actriz para hablar las voces de otras mujeres, para parecerse a sus personajes y no ser más que un nombre: Virginia Fábregas.