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  • Coral Aguirre

Ninguna mujer debe olvidar nunca que no necesita a nadie que no la necesite

Marilyn Monroe


Hoy quisiera dejar correr la memoria y no acudir a ninguna otra más que la propia para ir en busca de mis primeros años jóvenes y de aquella Marilyn Monroe que nos sedujo a todos. Aquella que apareció, siempre según mis recuerdos, como esposa de un deportista más feo que el diablo, según yo creía, y me daba por pensar que ella era la Bella del famoso mito de la Bestia, que renace una y otra vez. Ya había tenido un primer marido, pero entonces no lo sabía.

Antes comenzó a aparecer en almanaques, películas de segunda, chismes de revistas de la farándula, tonterías que a mí me daban por hacerles burla. No seré cronológica porque la memoria engaña en cronologías y continuidades. Algo que recuerdo bien es la sorpresa que me dio un buen día como partenaire del gran Laurence Olivier o éste de ella. Yo, apasionada del teatro, veía en Olivier la cumbre del talento actoral y no podía creer que se rebajara a actuar con ella. Corrían los años cincuenta y sin cuenta, cuando uno no cree o no sabe que va a envejecer. Y ya en plena libertad sin tutela familiar, mis amigos dieron en hacerme saber la importancia de la rubia que a mi modo de ver era una tonta. Su ícono, su diosa, la encarnación de Eros.

Así que Playboy me fue revelado ni bien apareció por la fotografía de Marilyn en su portada. Por el famoso desnudo de almanaque que ahora reproducía la revista. Por los afiches de cuerpo entero que se repetían en las paredes de los cuartos de los hombres solteros. Yo esgrimía a Ava Gardner, a Rita Hayworth y nada. Marilyn era Marilyn y nadie pudo con ella. Los cincuenta fue su década.

En verdad comencé a disfrutar sus comedias y musicales, acepté con benevolencia su reino porque según me dijeron todos, ella era única y siempre me he solazado mucho con mis amigos del género opuesto. Por aquellos tiempos y mucho más que ahora, las mujeres y sus conversaciones me aburrían enormemente. En Argentina no hubo hombre que no la adorara.

Por fin, cuando filmó con John Houston Los inadaptados, en 1961, con Montgomery Clift y Clark Gable y guión de Arthur Miller, el gran dramaturgo americano, obtuvo todo mi respeto. Una actuación espléndida. Sin embargo debo admitir que cuando se casó precisamente con Miller, alrededor de la misma época en que filmó El príncipe y la corista con Olivier empecé a mirarla con un poco más de consideración. No podía creer que tamaños intelectuales pudieran dejarse seducir tan sólo por un cuerpo erótico y una linda cara.

Mientras tanto Marilyn Monroe había entrado en nuestras vidas para quedarse. Aceptamos que leyera, aceptamos que además de bella fuera inteligente, aceptamos que nuestros compañeros, amigos, amantes, esposos y padres, soñaran con ella y perteneciera al ámbito de sus secretos más íntimos. No hubo oposición femenina porque ella no era una tramposa. Y pudimos comprobarlo con su caída. Tramposos acaso fueron los hombres que la amaron.

Después de la película de Houston que nos preocupó puesto que se habían corrido rumores de su separación con Miller, en efecto así sucedió. Parecía que sólo se había retardado un poco a causa de esa empresa fílmica cuyo compromiso reunía lo mejor del cine estadounidense. Y entonces llega el desbarranque. Supimos de sus entradas y salidas de clínicas, de su adicción a las drogas, no sé si los periódicos exageraban, lo único que advierto con el paso del tiempo es que las drogas y los desarreglos mentales siempre han circulado en esas esferas y no era ninguna excepción el caso Monroe. Pero nosotros, los de aquel tiempo, asistíamos con cierto horror a la caída de la muchacha más seductora del mundo.

Pronto se dijo que estaba recuperándose, que nuevos amores la ocupaban, hasta una relación con un hombre muy importante, que…Pero Marilyn dejó de ser noticia o al menos su esplendor se había apagado. Veíamos su devenir como propio de alguien cuya belleza la había hecho sucumbir. No sé, quizás la prédica cristiana, el pecado de la carne, la culpa por haberse dejado atrapar por cosas tan terrestres como la misma materia humana perecedera.

Fue en agosto del año 1962. La encontraron muerta en su casa, en su cama, había tomado un tubo entero de soporíferos o algo parecido. Entonces se develaron los amores, a medias. En realidad era la amante de John Kennedy, el presidente de EEUU, no, no, de Robert Kennedy, su hermano, no, no, había sido amante de ambos. No, no…los servicios de Estado se ocuparon, estoy segura de hacer de este final trágico de la muchacha que alguna vez se había llamado Norma, un amasijo de informaciones cruzadas. Han seguido verdades tras verdades, sobre las relaciones con uno o con otro. Ma, chi lo sà.

Y seamos francos, a pesar de su ascenso, apogeo y caída, no ha habido nunca más una Marilyn Monroe que nos haya convocado a amarla sin prejuicios y sin vueltas, como ella lo hizo. 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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