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Ida

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  • Coral Aguirre

Hay muchas mujeres que desperdician sus potencialidades, a veces por flojera, por complejo, por miedo u otras causas, y es algo que me parece criminal.

Ida Rodríguez Prampolini

Ida Prampolini (1925-2017), como se la conoce mejor en el mundo del arte y la cultura, nació en el puerto de Veracruz. Su padre estaba convencido que solo la educación daría a México la grandeza que se merece. Médico radiólogo, fue él quien la impulsó a ser maestra, como también a sus hermanos, dándoles a todos una carrera universitaria. Poco ortodoxa, pero ética, así define Ida la formación que les brindara su padre.

Sin duda es su padre también quien la forma en su amor a la naturaleza, el mar, las constelaciones y la libertad de ser en sí misma auténtica e inclusiva. Los pobres, los que no son blancos, los que una clase ilustrada rechaza, forman parte de los intereses de su familia y de sus propios juegos infantiles.

Es también él quien la inscribe en una escuela pública, lo cual le da a la niña el paisaje cierto de su país y sus necesidades. Y además todo su hacer fue huella para Ida, como la llegada de los niños de Morelia albergados en su propio hogar. Su padre formaba parte del comité de ayuda a los refugiados españoles.

Luego de 17 años en su tierra, va a estudiar a la Ciudad de México para inscribirse en la Facultad de Derecho de la UNAM. Pensaba que ser abogada la ayudaría a combatir las injusticias. Su relato de los primeros días allí es sorprendente: las novatadas para los muchachos, pero para las mujeres, la humillación. Para entrar al edificio debía brincar sobre los jóvenes que, acostados en el piso, les levantaban las faldas cuando pasaban. Finalmente se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras y allí conoció a los maestros que marcarían su vida, al inclinarla hacia el arte.

En cierta manera, y a causa de su memoria, resultó una niña prodigio por un tiempo, hasta que la perdió, no sin antes aprovechar la admiración del presidente Alemány pedirle un viaje a Europa, donde se inscribió en diversos cursos de arte y visitó todos los museos que pudo. A su regreso se casa con Edmundo O’Gorman, maestro y director de su tesis. Sin embargo, no tienen hijos, lo que resulta para Ida una verdadera tragedia. De modo que se divorcian.

Volverá a casarse dos veces más, y con cada uno tendrá un hijo varón. A causa del noble italiano con quien tiene su primer hijo, vive en Venecia durante seis años, en el palazzo, propiedad de su suegro con una enorme biblioteca especializada en las artes, donde perfecciona la materia que sería su vocación completa. Vuelve a divorciarse y regresa a México.

Ya en su país conoce a Matías Goeritz, el hombre de Altamira, como ella lo nombra, con quien gestará también otro hijo varón y vivirá diez años. Es la oportunidad para entrar a la UNAM en calidad de investigadora de arte. Fueron tres años de arduo peregrinaje, porque el tema era la crítica de las artes plásticas en el siglo XIX y debía ir y venir todo el tiempo en busca de sus huellas en los periódicos de aquel tiempo. Ida confiesa que lo que hizo bien difícil su tarea fue dejar a su pequeño hijo en manos de una nana para cumplir, no solo con su vocación, la cual hubiera postergado, sino por la necesidad económica.

Luego de este período entra al Instituto de Investigaciones Estéticas y como maestra de la Facultad de Filosofía y Letras. También obtiene en 1991 el Premio Universidad Nacional, que no esperaba, puesto que quienes la presentaron fueron sus propios alumnos.

Su pensamiento es liberador. Ella señala que definir qué es la cultura y qué es el arte es muy difícil y ha sido el error de nuestras sociedades en la medida que la cultura occidental pretende instituirse como única y verdadera, por encima de los pueblos, cuyas vertientes culturales son otras, provocando guerras, trashumancias, levantamientos en incluso masacres.

Su índole libertaria la ha empujado a rechazar el arte por el arte y a explorar sobre el arte versus un arte social. No es de sorprender su admiración por las artesanías y las expresiones de música y danza populares. En un país de la dimensión cultural de México hubiera sido un pecado que una especialista en arte no se inclinara sobre este acervo autóctono.

A lo largo de sus trabajos, sus premios y distinciones, se ocupó de las artes bellas, como tan mal se las ha denominado, como de las artes que también muy mal, se las llama artesanías. Lo que ha dejado es un legado excepcional.

Cuando se sintió cansada, ella misma lo cuenta, decidió comprarse una casa frente al mar, allá en su tierra. Crecí a las orillas del mar y hace quince años compré un terreno en la playa, a media hora del puerto, y he vuelto a morir, como los elefantes a mi lugar de nacimiento. Su condición de investigadora emérita le ha permitido regresar a su pueblo, donde están mi familia, mis recuerdos y además, el mar frente a mi ventana.

Partió a los 91 años en una fecha que acaso le hubiera gustado elegir: el 26 de julio, aniversario de la revolución cubana. 


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