Cultura

Constance Garnett

  • Perfil de mujeres
  • Constance Garnett
  • Coral Aguirre

Me asombra que esta sea la primera vez que yo presente a una traductora. No solo porque pareciera que la traducción es un ejercicio que las mujeres sabemos hacer muy bien, sino porque siempre he estado atenta a sus nombres y sus relaciones con los escritores como es el caso de Gabriela Mistral con su traductora Mathilde Pomes.

Adentrarme pues en este tema me ha deparado sorpresas y nostalgias. Hay una figura femenina cuyo trabajo de traducción fue modelo para la traducción de textos literarios durante el siglo XX, me refiero a la inglesa Constance Garnett (1861-1946). Y reconocer su trayectoria es asimismo corroborar la importancia de esta profesión que abre horizontes, nos incluye en el heterogéneo mundo de las letras, democratiza nuestros saberes, nos hace más humanos en la medida que nos acerca a formas de pensar y de vivir diversas, conforma una palabra que sin el acto de la traducción no estaría completa: identidad. Entre muchos más aportes que de solo pensarlo me emocionan. También yo he sido traductora de teatro, por necesidad a veces, por pasión del texto a traducir en otras.

Lo cierto que traigo aquí el nombre de Constance, puesto que ella a su vez nos regaló la traducción al inglés, lo cual universalizó notablemente las obras que eligió del acervo literario ruso, nada menos que a León Tolstoi, Dostoyevski, Antón Chéjov, entre otros. Aquellos maestros eslavos que conmovieron el andamiaje legitimado por la Europa central, Francia, Inglaterra, Alemania.

Esta decisión de vida no fue casual. En 1893 viaja a Rusia con su esposo y se familiariza con los grandes escritores de aquella parte del mundo. Los idiomas para ella formaban parte de su universo personal, puesto que hubo de estudiar latín y griego, luego de lo cual se inclinó sobre el estudio de la lengua rusa. De modo que ante el hallazgo de una generación tan brillante como la que comienza con Gogol, Goncharov, Pushkin, sigue con los que ya hemos nombrado y concluye con Turguénev y mucho más allá con Mayakowski, nuestra incipiente traductora se deslumbra. De aquí en adelante lo único que quiere es compartir la riqueza invisible de esos textos a su pueblo, en su propia lengua.

Porque finalmente qué es un traductor, o cómo ha venido a dar en serlo, si no es por la apasionada decisión de compartir un tesoro oculto en novelas, cuentos, poemas, historias de toda laya y color que lo han fascinado. Traducir es un viaje a un país desconocido.

Sin embargo, una traductora como Constance, al igual que muchos de sus colegas, sino todos, no les sucede lo que a los escritores quienes pueden ser criticados de un modo u otro, pero nunca desautorizados porque se trata de su propia obra. En el caso de la traducción, sus convocantes sufren todo tipo de censuras y críticas. En principio censura porque la obra traducida puede no corresponder a las premisas del Estado o a la sociedad al que llega por obra y gracia de su intermediario. Y críticas, por una comunidad de entendidos, intelectuales o no, pero especialistas del acervo de tal o cual país, donde traducir es reconocer una cultura y por lo tanto saber a fondo el tratamiento que el autor da al discurso.

Y así como dicen que Borges no tradujo a Faulkner, sino que lo reinventó, las traducciones de Juan José Saer de la poesía norteamericana tampoco han satisfecho del todo. Constance tuvo lo suyo, quiero decir la criticaron mucho, nada menos que Nabokov y Brodsky. También las traducciones de Gertrudis Ortiz de Avellaneda acaso para el mundo latinoamericano nuestra primera mujer traductora, fueron desdeñadas; haciéndolo desde el inglés y el francés, nada menos que con los románticos de su época, Byron y Víctor Hugo. Del mismo modo que el español Dámaso Alonso, amigo de Alfonso Reyes, otro escritor y traductor, quien nos hizo conocer a Joyce con su versión del Retrato de un artista adolescente, olvidada con el paso de las sucesivas traducciones y la modernidad que todo lo trastoca.

Debemos concluir además que Constance alcanza el esplendor de hacerse traductora porque su propia familia era amiga y practicante de las artes y las ciencias. Muy raro que alguien surja de la nada si no tiene un marco y una red de circunstancias que hacen posible su creatividad. De apellido Black, al que abandonó para usar el de su esposo Garnett, su hermana escritora feminista y activista y su hermano matemático, manifiestan la calidad de su entorno para que a ella, Chéjov o Tolstoi, le resultaran tan seductores.

Posiblemente, al menos en mi caso que vengo del siglo pasado, mi Crimen y castigo, mi Anna Karénina, mis Karamásov, mi Jardín de los cerezos, aun en español, lleven la huella de su modo de leer y traducir.


Por Coral Aguirre

[email protected]

Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.