¿De dónde viene este conocimiento oscuro? Del humo, de la locura, del champagne, de la intoxicación de las caricias, de los besos y la exaltación.
Anaïs Nin
Anaïs Nin (1903-1977), a mi modo de ver, continúa la tradición de las mujeres que se hacen famosas por sus amantes o por sus maridos por más que en ellas resida el fuego sagrado de la creación y el arte en todas sus dimensiones.
Así pues conocí a Anaïs a causa de Henry Miller, el autor que en la década de los sesenta se leía apasionadamente, sobre todo en Argentina, donde había sido editado en español por primera vez. Leer Trópico de Cáncer y apasionarse por todo lo que ello implicaba, entre otras cosas la aparición de esta joven escritora, era todo en uno. De manera que sin leerla ocupó un lugar en nuestras vidas a causa de sus amores con el norteamericano y la relación tempestuosa que ambos unidos y seducidos por June mantuvieron por mucho tiempo. El trío representó en aquellos tiempos una nueva vanguardia después del fin de las utopías. Y sus obras asimismo, tanto las de Miller como las de Nin (esto lo sabría mucho después) marcan la escritura de las relaciones amorosas a partir de esa caída.
Francesa por nacimiento mezcla en ella la sangre cubana y la española a través de su padre, y la danesa por parte de la madre. Acaso sea por ello, su destino tan singular y su costumbre tan desafiante, que ejerce a contramano de toda ley u orden. Es increíble que una niña de once años comience a escribir su diario y nunca más lo abandone. Todas hemos escrito un diario en nuestra adolescencia, pero ella va mucho más lejos, no solo en él residen sus aspiraciones físicas y mentales, sino que lo alimenta durante toda su vida hasta convertirlo en una exploración del amor. Incesto, diario amoroso, confesionario, contiene aquellos vínculos de los que hablaba más arriba, sobre la relación June, Henry, Anaïs, con un despojamiento que produce escalofríos.
Cuando veo que June está profundamente celosa de lo que he hecho con Henry, le digo que todo lo he hecho por ella. Ella también me miente y dice que habría querido conocerme antes que a Henry.
Sus diarios, publicados fragmentariamente, se dividen en dos: aquellos expurgados o censurados y los originales que recién muy tarde comienzan a aparecer tal cual ella los gestó. Entre sus diarios de infancia, su decisión de hacerse escritora, sus amores, la relación con su padre, con sus amantes, consigo misma y su vocación, con sus colegas y su relación crítica para con ellos, destaca Incesto, su diario amoroso publicado sin tachaduras en 1992. Esta parte revela el registro de su vida a través de las relaciones amorosas junto a todo el engranaje de su psiquis revelada y rebelada. Será por eso que en realidad son sus diarios los que le darán la mayor fama, por ellos trascenderá por fin en 1966.
Eso oscuro de lo cual habla permanentemente, eso indecible que pugna por aparecer en cada uno de sus relatos y memoria, tal vez es el incesto que sugiere haber vivido con su padre, célebre pianista y donjuán sempiterno, divorciado de su madre y casado luego con una mujer de mucho dinero cuando ella, Anaïs, era todavía una niña. Y más aún, el trío de June y Miller con ella, no deja de ser más que esos tres que se marcan a fuego en cada una de nuestras vidas: Mamá, Papá y yo.
Su primer libro publicado en 1930 antes de conocer a Miller, un ensayo crítico sobre D. H. Lawrence, revela la sofisticación de su psiquis que percibe en la obra de aquel, una dimensión que ella desea para sí en el plano del erotismo. Es también la primera en subrayar la sutileza de su escritura. Más tarde y luego de ser psicoanalizada por especialistas de la talla de Otto Rank, ella misma deviene psicoanalista a la manera de aquella espléndida Lou Andréas Salomé, discípula a su vez de Sigmund Freud.
Y comienza así su época más fértil con obras de diversa envergadura, como los diarios de sus diferentes etapas, los relatos eróticos que además, tanto a ella como a Henry les proveían de dinero, y novelas que por fin le otorgan algo de fama como Bajo la campana de cristal o La casa del incesto. No obstante lo que le dará la trascendencia definitiva es precisamente este diario amoroso que en este momento hojeo: Incesto.
He leído parte de su narrativa que es profundamente psicológica sin dejar de ser hermana de quien fuera su primera revelación: D. H. Lawrence.
Pero lo que me queda a mí, y a tantos como yo, que leímos a ambos en la segunda parte del siglo pasado, es ese desaforado grito de hambre, del deseo más descarnado, de la voracidad con que dos cuerpos se lanzan uno al otro, de la condición de tres de toda relación humana. Y por fin, de la aceptación de nuestra gula que debe ser saciada con el erotismo más salvaje, con la desmesura de la obscenidad, sea incesto, descalabro existencial de la carne, lujuria sin umbral, pero también sin castigo, culpa, o miedo.