Llegamos al nuevo mundo, un lugar todavía difuso, pero con cuatro ejes cardinales: la codicia, el egoísmo, la discriminación y el odio. En ese marco, la madre de todas las preguntas es un simple ¿por qué?
Las tres grandes razones son obvias:
(1) El 9/11. Del miedo al terrorismo nació el odio a "los otros", un campo fértil para destapar la vieja cloaca del racismo y la discriminación. (2) El colapso económico del 2008/2009. La crisis financiera global dejo en claro la raíz profunda del sistema económico dominante en el mundo desde hace siglos, la codicia y egoísmo. De la frustración por el colapso de la prosperidad que toda una generación (los boomers) creían garantizada surgieron, (3) en 2016, el Brexit y Trump, como primeras grandes victorias (en este siglo) de la manipulación populista como un instrumento efectivo para conquistar poder.
Las demás causas del orden actual no parecen tan claras. Veamos:
Las geográficas. A pesar del hecho más importante del último medio siglo, la salida de la pobreza de más de 300 millones de personas en el sur de Asia, el mundo claramente sigue partido en un norte de prosperidad y un sur depredado y miserable. Además, el innegable avance económico, generó una monstruosa inequidad. Incluso, para sorpresa de algunos, es ya evidente que al interior de los países ricos también hay pobreza y marginación. Hablamos de, entre otros, franceses, británicos, italianos, americanos atrapados en la ignorancia y la frustración y, por ende, listos para encontrar chivos expiatorios a quienes culpar de sus miserias.
Las demográficas. La decrepitud de los Baby boomers. Poco más de 150 millones en Estados Unidos, otro tanto en Europa, más unos pocos en Japón y las élites de otros países conformaron un formidable mercado de consumidores. De allí surgieron los one-percenters. Ese pequeño universo de los ultras ricos que, sin embargo, ha sido alcanzado por la fuerza de la bilogía e inexorablemente se comienza a morir.
La gran paradoja de nuestro tiempo es el enorme rechazo a la inmigración ocurre justamente en países de viejos y en claro decrecimiento poblacional.
Las tecnológicas. Las evidencias son contundentes: los países que apostaron por la educación y la producción de conocimiento (China, Corea del Sur, Alemania) versus los países que se anclaron en ideologías, burocracias o religión.
Las ideológicas. Ni modo, las matemáticas no mienten y es evidente que el capitalismo de Estado (China) resultó ser más eficiente que el capitalismo corporativo (USA). Por la misma razón logística que la URSS de Stalin logró competir con las potencias económicas de su tiempo, la China comunista logró alcanzar y rebasar a la América de “democracia y libertad”. Por ello, la voz de Trump es, sobre todo, la voz de la negación.
Las genéticas. Ojo, aquí no intento acercarme siquiera a la más repugnante ideología de la primera mitad del siglo XX que intentó convertir en “ciencia" al más vil de los racismos. Al contrario, simplemente puntualizo el hecho de que tres cuartas partes de la raza humana tienen pigmentación cutánea diferente a la mezcla germana-escocesa-slovenica del clan Trump y lo que representan. En parte por ello la desesperación detrás de la narrativa supremacista; pues en un mundo global son minoría, detrás del grito fascista del "they won’t replace us", lo que realmente se escucha es la voz del miedo.
Así pues, en el fondo las razones para entender lo que hoy sucede no son tan complicadas. Detrás de un orden global de injusticia social, inequidad económica, depredación de la naturaleza y decadencia biológica lo que se tenía que asomar son un personaje como Donald Trump y su alter ego, Elon Musk.