Qué canija es la muerte que se lleva a quienes más queremos y nos deja tan vivos y despiertos que cada inicio de noviembre tenemos que festejarla con azúcar y papel picado.
Es la muy catrina que siempre anda acechando en los rincones para inquietarnos en momentos insospechados. Es la huesuda sedienta de agua y flores amarillas, tragona de pan y alfeñique.
Es la muy endina que salta entre las llamas de las veladoras, que corre entre el humo del copal, que se columpia en los jarritos de barro con café.
Es la buscona que saluda y, sobre la tapa de botella de tequila, bailotea un zapateado subiéndose la enagua a las rodillas.
Es la calaca emperifollada, la flaca tilica que se acerca, susurra, besa y te lleva… Es la innombrable; la mujer de la nostalgia, la que llega a cualquier hora.
Es la redentora, la que hace dormir a quienes amamos y nos deja desnudos y rememorando el tiempo ido.
La que contagia el frío, la que encuentras al doblar la esquina. Es la muy viva, la que está siempre presente, la que te observa a diario.
Celebrada en noviembre con música, flores y comida, la desgraciada muerte es esa, la que alarga la lista de las veladoras en nuestros altares y ofrendas.
Cuelgan de entre tus labios los recuerdos de quienes se nos fueron, patrona del mármol y del cementerio, convences a la memoria con llantos y rezos.
Ay, pepenadora de la certeza: vienes con tu andar de sombras y con tu sonrisa mustia, de espanto, dientona.
Jalas parejo y provocas que no cante el gallo, que suenen las campanas y toquen los mariachis.
Adornamos las camas del adiós infinito por tus visitaciones huesuda, afanadora, apestosa, cabezona, calva, cargona (y cagona); chupona, copetona, zapatona, chingada, (condenada) charamusca.
Chifusca, (hija de la) chinita; elegantiosa e indeseada, malhora fandanguera; tripona, estirada, blanca, jedionda malquerida; polveada y tiesa.
Mezcal y pulque. Llorona.
Enlutas, ponzoñosa y guadañera, el corazón de los vivos.
Te espero.