Política

Historia del Grito

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Ignoramos los detalles de la arenga que dio el cura Miguel Hidalgo la madrugada del 16 de septiembre de 1810 en la parroquia de Dolores. Sabemos que al grito de ¡Mueran los gachupines! sus hombres, vanguardia de los insurgentes, avanzaron hacia Guanajuato, donde derrotaron y mataron a los españoles refugiados en la alhóndiga de Granaditas. Más tarde, en Guadalajara, después de otra masacre, Hidalgo decretó la abolición de los tributos y la restitución de tierras a los indígenas de la Nueva España. La violencia estaba unida a la redención, a la emancipación. ¿Necesariamente unida? No. Pero la violencia le dio a la liberación algo que seguramente no tendría sin ella: resonancia y prestigio.

Años más tarde, en 1812, el general Ignacio López Rayón celebró en Huichapan, entonces parte del Estado de México, el comienzo de la guerra de Independencia. Fue el primero en conmemorar el grito de Hidalgo, quien acababa de morir fusilado hacía apenas un año (“vivamente arrepentido”, confesó, por haberse dejado “poseer por el frenesí”). Rayón escribió en su diario: “Día 16. Con una descarga de artillería y vuelta general de esquilas, comienza a solemnizarse en el alba de este día el glorioso recuerdo del grito de libertad dado hace dos años en la congregación de Dolores”.

Una vez consumada la Independencia, en 1822, el emperador Agustín de Iturbide decretó celebrar el 16 de septiembre “con salvas de artillería y misa de gracias, a la cual deberá asistir la Regencia con las demás autoridades, vistiéndose la Corte de gala”. La fecha, que con él se celebraba con una “misa de gracias”, se transformó en una verdadera fiesta popular después de su fusilamiento. Las juntas organizadoras de la capital prevenían a todos los vecinos que, la víspera del 16, iluminaran las calles de la ciudad con antorchas de ocote y farolas de cebo, y que adornaran las ventanas y los balcones de sus casas con banderas y gallardetes. Hubo desde entonces la tradición de celebrar una fiesta popular la noche del 15 de septiembre para luego conmemorar, en la madrugada del 16, el Grito de la Independencia.

A mediados del siglo XIX, las fiestas populares fueron sustituidas por un acto pomposo y aburrido que la Junta Patriótica de la ciudad de México llevaba a cabo el 15 de septiembre –ya no más el 16– a las once de la noche en el Teatro Nacional, para después asistir a Catedral a dar gracias a Dios. Es a partir de entonces que los mexicanos celebramos el Grito de la Independencia el 15 de septiembre. La tradición fue consagrada por el general Porfirio Díaz, quien daba la casualidad que celebraba su cumpleaños ese mismo día: había nacido solo veinte años después del Grito de Dolores. Díaz trajo a Palacio la campana de Dolores, con lo que sacó la fiesta del Teatro Nacional para celebrarla en el Zócalo. Fue una tradición que nunca nadie después osó romper, ni los generales ni los presidentes del régimen de la Revolución, que a menudo incluían en el Grito –junto con los tradicionales vivas a Hidalgo, Allende y Morelos, aunque nunca a Iturbide, como quería el PAN– ocurrencias más o menos chuscas, como las siguientes: “¡Viva el Tercer Mundo!” (Luis Echeverría), “¡Vivan los Niños Héroes!” (Carlos Salinas), “¡Viva nuestra Democracia!” (Ernesto Zedillo).

Carlos Tello Díaz

Investigador de la UNAM (Cialc)

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Carlos Tello Díaz
  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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