Las elecciones en Turquía, este mes de mayo, son las elecciones más importantes de 2023. Son decisivas para el futuro económico y político de Turquía, desde luego, y fundamentales para definir el papel que desempeñará el país en el escenario mundial, en el contexto de la guerra en Ucrania y la ampliación de la OTAN. Pero son importantes, sobre todo, como síntoma del estado que guarda la democracia liberal en el mundo, en una era dominada por líderes autoritarios. El discurso de la oposición planteó de hecho esta elección como la última oportunidad para impedir que el país deje de ser una democracia, para evitar que pase a ser una autocracia. (Así es probable que sean planteadas por la oposición las elecciones del año que viene, aquí en México).
La elección del domingo pasado enfrentó a Recep Erdogan, 69 años, presidente desde hace dos décadas, candidato del Partido de la Justicia y el Desarrollo, y a Kemal Kiliçdaroglu, 74 años, político socialdemócrata, dirigente del Partido Republicano del Pueblo. Ninguno de los dos obtuvo más del 50 por ciento de los votos que eran necesarios para ganar, por lo que habrá una segunda vuelta el 28 de mayo.
Los observadores sugerían, hasta el domingo, que Kiliçdaroglu aventajaba a Erdogan. Pero el presidente de Turquía obtuvo 49.5 por ciento del voto, el candidato de oposición tuvo nada más 44.8, y las elecciones en el Congreso fueron ganadas por la coalición del Partido de la Justicia y el Desarrollo (321 asientos) frente a la alianza encabezada por el Partido Republicano del Pueblo (213 curules en el Parlamento). ¿Qué sucedió? A pesar de que la inflación en Turquía fue superior el año pasado al 100 por ciento, en parte por la decisión de Erdogan de imponer una política de bajas tasas de interés, y a pesar de que fue ineficaz la respuesta de su gobierno al terremoto de febrero que costó la vida de decenas de miles de turcos, Kiliçdaroglu no se pudo adaptar con rapidez a un giro hacia la derecha en la elección. Surgió con fuerza, durante la campaña, una corriente de oposición, pero esa corriente resultó ser conservadora y nacionalista (le dio 5 por ciento del voto al candidato ultranacionalista Sinan Ogan).
Los resultados del domingo produjeron en la oposición un sentimiento de derrota y decepción. No va a ser fácil volver a movilizar a la gente el 28 de mayo. Todo indica que ganará Erdogan. En ese sentido, en efecto, la democracia fue derrotada por el autoritarismo. Erdogan utilizó el poder para comprar el voto. Cinco días antes de la elección subió el salario de los trabajadores en un 45 por ciento; redujo el precio de la electricidad; prometió un mes gratuito de gas natural a los turcos. Los medios de comunicación del país, controlados por sus aliados, le dieron toda su cobertura, ignoraron en cambio al candidato de la oposición. Pero Erdogan también predominó en la contienda gracias a las contradicciones de la oposición. Kiliçdaroglu estuvo inclinado a la izquierda, durante toda la campaña, para ganar el apoyo de los kurdos del este del país, lo cual enfureció a los nacionalistas. Ahora tendrá que mirar hacia la derecha, hacia los nacionalistas, con el riesgo de perder el apoyo de los kurdos. Su misión parece imposible.