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  • Carlos A. Sepúlveda Valle

Marco Aurelio vivió del año 121 al 180 de nuestra era, no nació de familia real pero tuvo la suerte de que el emperador Antonino lo tomara legalmente como hijo adoptivo, lo casara con una de sus hijas y lo designara su sucesor, fue emperador de Roma a partir del año 161, y toda vez que era un filósofo estoico, durante los últimos años de su vida escribió (en griego) unos aforismos para sí mismo, pero que fueron incorporados en un libro que se conoce como Meditaciones.

Gabriel Schutz, en el prólogo de una edición de esa obra dice que las meditaciones no son un diario ni una serie de relatos de episodios cotidianos ni confesiones explícitas, tampoco se trata de un libro de reflexiones puramente teoréticas, ya que el emperador Marco Aurelio se dirige “así mismo” para recordarse una máxima, exhortarse o reconvenirse sobre algún asunto. De los cientos de esos soliloquios o pensamientos morales se extraen aquí unos cuantos.

No hagas nada con mala actitud, ni hagas tus cosas sin pensar en el bien común; no hagas nada sin examinarlo con anterioridad, ni arrastrado por alguna pasión. No adornes tus palabras para explicar tus pensamientos, no hables demasiado, ni seas hombre de muchos trabajos.

Si en el transcurso de la vida llegaras a encontrar algo mejor que la justicia, la verdad, la moderación, la fortaleza (o, en resumen, más importante que la disposición de guiar las acciones con la razón y contentarse con las disposiciones del hado, que no dependen de la elección de uno), si algo vieras de mejor condición, abrázalo con toda tu alma, goza entonces de ese mayor bien.

En verdad, no es acorde con la justicia y la razón que ningún otro tipo de bien, como el aplauso popular, el poder, la fortuna, el placer, se atreva a disputar el primer lugar contra el bien honesto, propio del intelecto, de la sociedad.

Si tú llevas a cabo lo que tienes entre manos, siguiendo la recta razón, con reflexión, con empeño, con buena voluntad, sin poner la mira en ninguna otra conveniencia ni diversión; si conservas tu espíritu tan puro como si ya tuvieras que restituirlo a quien te lo ha dado; y si llevas adelante tu obra, sin buscar otro bien ni huir de otro mal, sino conformándote con efectuar el presente trabajo de acuerdo con la naturaleza y con hablar íntegramente lo que tengas que decir; entonces vivirás feliz y dichoso, además de que no habrá persona alguna que podrá impedírtelo.

Tenemos cuerpo, alma y espíritu; del cuerpo son los sentidos; del alma los deseos; del espíritu, los principios. Ello es así, hacerse juicios a partir de las imágenes de los objetos es un hábito de los brutos; el ser impetuosamente arrebatado es propio de las fieras, de los hombres débiles, de los que no creen en los dioses, de los enemigos y los traidores a su patria, en suma, de aquellos que no tienen vergüenza detrás de puertas cerradas.

Todo lo que acontece en el mundo es algo habitual y trivial, como las rosas en primavera y las frutas durante el verano, así es la enfermedad, la muerte, la calumnia, las traiciones y todas las cosas que alegran o entristecen a los fatuos y a los ignorantes.

Todas las cosas son siempre las mismas: conocidas por la experiencia, breves en su duración y asquerosas en lo que respecta a la materia. Todas son ahora de la misma manera como lo eran en los tiempos de aquellos que hemos enterrado.

La verdadera satisfacción de un hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre, y no hay más propio de éste que la benevolencia para con su prójimo, el desprecio de los impulsos placenteros, el discernimiento de las ideas probables, la contemplación de la naturaleza del Universo y la observación de lo que se lleva a cabo acorde con la misma.

El que ignora que existe un mundo ignora dónde se encuentra él mismo. El que no sabe el fin para el que nació no sabe quién es él mismo. El que carece de alguno de estos aspectos tampoco podrá decir con qué motivo ha venido al mundo. Entonces, ¿cómo te parece que será aquel que anhela los aplausos vacíos de las personas que no tienen idea de dónde están ni de quiénes son?

En sus meditaciones Marco Aurelio trata de manera recurrente la exigencia de obrar bien, la importancia de la naturaleza, el misterio y brevedad de la vida, la muerte, y el valor del espíritu.

Estos soliloquios fueron escritos cuando Marco Aurelio era emperador, sus ideas siguen siendo válidas casi veinte siglos después, y sorprende que no de consejos sobre la forma de ejercer el poder.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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