The New York Times publicó esta semana un buen reportaje sobre el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, su relación con el presidente López Obrador y los extrañamientos y frustraciones que muchas de sus acciones han causado en el Departamento de Estado y otras oficinas del gobierno estadunidense.
El Times resume bien en un párrafo las razones para algunas de estas preocupaciones: “El embajador ha retomado las afirmaciones ya desacreditadas del robo de las elecciones que el presidente mexicano emplea para azuzar la desconfianza en la democracia del país; ha cuestionado la integridad de una organización anticorrupción financiada por Estados Unidos que desafió al Presidente, y ha causado una tormenta política al dar la impresión de que apoya una transformación energética a la que se opuso el gobierno de EU y ha guardado silencio mientras López Obrador ataca sin cesar a los periodistas”.
Al mismo tiempo no está claro si ha logrado algo. En lo energético puras reuniones, cuyos resultados concretos aún son un misterio, por eso las quejas de las empresas estadounidenses y dentro de los mecanismos del T-MEC; por más que lo intentó, AMLO no fue a la cumbre y el asunto migratorio sigue como en la era Trump.
Nadie puede quejarse de una buena relación entre el embajador de nuestro mayor socio y el presidente mexicano. El asunto es para qué sirve esa relación. Pues hasta ahora para muy poco, más allá de tuits y declaraciones raras de Salazar y minutos en la mañanera elogiándolo. Es decir, rollo.
Todos los países utilizan sus embajadas de dos maneras: para colocar políticos y amigos en lugares cómodos o con diplomáticos de carrera, miembros del servicio exterior preparados y educados para el cargo. El problema es cuando pones a un político que nunca había tenido experiencia alguna en asuntos de relaciones exteriores en una de las embajadas más importantes, activas e intensas de tu país. Ese es el problema original de Ken Salazar: llegó y se deslumbró. Y sí, el presidente López Obrador es agradable y seductor en privado, pero Salazar fue presa fácil, cuestión de experiencia diplomática.
Y el segundo problema es que entonces el aparato del Departamento de Estado y otras dependencias comienzan a actuar sin él o más allá de él. Es decir, se vuelve irrelevante. Y, por qué no, le contamos al Times de esa irrelevancia para recordarte, señor embajador, qué y a quiénes representas en México.
@puigcarlos