La idea de la belleza nace de la apreciación de las formas humanas femeninas relacionadas con la conservación de la especie.
Luego, por el proceso de abstracción del cerebro, separamos la forma del cuerpo originario y dejamos solamente la forma como la base de un entramado, que permitió el descubrimiento de ella en otros seres de la naturaleza. Finalmente, se utilizó para la creación de objetos de arte.
Con la Guerra Fría, la tecnología transformó la comprensión de la naturaleza y del hombre, y con la idea del reduccionismo, enfocada a sólo una parte de un todo, se registró un avance tremendo en las ciencias.
De allí las especializaciones y el considerar una parte de un todo como si fuera el todo.
En la literatura, el reduccionismo llevó a la creencia de que todo es lenguaje, hasta el grado de considerarlo una entidad con vida propia. A esto llamo el “Fetichismo del Lenguaje”.
De allí la necesidad de considerar la idea de la belleza originaria.
El hombre encaramó en la vida cotidiana un cúmulo de ideas abstractas que lo hacen creer que el mundo, la vida, son esas abstracciones, justificadas en un convenio para la nominación de las cosas, sus relaciones entre ellas y con el hombre.
Retomar el todo sería un gigantesco paso adelante al percibir la ubicación de las partes en el todo, del que forman parte; porque el reduccionismo ya hizo su labor al sacarnos de un bosque espeso en el que nos habían metido las corrientes idealista y materialista de la filosofía.
Es hora de adentrarnos en el bosque y encontrar el claro que nos dará la luz del conocimiento pleno de la belleza en este nuevo punto de la historia.
Como ejemplo de ese reduccionismo citaré lo que dijo Todorov, recientemente fallecido, en el prólogo de “La literatura en peligro” (Galaxia Gutenberg, 2009):
“¿Cómo hablar de la literatura sin doblegarse ante las exigencias de la ideología imperante? Opté por una de las escasas vías que permitían escapar del reclutamiento general: dedicarse a temas sin contenido ideológico, es decir, en las obras literarias, los relativos a la propia materialidad del texto, a sus formas lingüísticas.”
Si el estudio de la literatura fue reducido por el miedo o la incapacidad de afrontar o confrontar a la ideología dominante, ésta se redujo aún más hasta el nivel del fetichismo del lenguaje.
Ahora que lo vemos, como decía Freud, hay que ver qué hacemos con eso: seguirlo cultivando (por el interés, por la güeva), o modificarlo, aunque implique crear un nuevo camino hacia adelante.