La universidad moderna y la democracia liberal son instituciones entreveradas que se alimentan mutuamente. Las democracias, por un lado, impulsan y fortalecen a las universidades y éstas, a su vez, promueven los valores de diálogo, pluralidad y búsqueda de la verdad. La esencia universitaria es, pues, la formación de ciudadanos comprometidos con la polis.
Por ello, resulta paradójico que, no obstante el avance educativo global, los valores democráticos padecen uno de los peores momentos en la historia reciente. Según la Encuesta Mundial de Valores, que evaluó a 64 países, sólo 46% de las personas considera “absolutamente importante” vivir en democracia. Menos que hace 10 años. Incluso en democracias longevas como EEUU, esta cifra es de 48%.
En América Latina, según el Latinobarómetro, sólo 48% de la población apoya a la democracia; 15 puntos menos que en 2010. Lo más grave: entre jóvenes de 16 a 25 años sólo 43% la respalda. Incluso, uno de cada cinco jóvenes apoyaría a un régimen autoritario. En México, 61% de la población está poco o nada satisfecha con la democracia. Para 56% de las y los mexicanos no importaría tener un gobierno autoritario, si éste “resuelve los problemas”.
¿Qué hemos dejado de hacer las universidades? Se pregunta Ronald Daniels, rector de Johns Hopkins -la universidad más antigua de EEUU- en su libro What universities owe democracy. Una respuesta: las universidades hemos apostado demasiado a la especialización técnica, con lógica de mercado, y cada vez menos al humanismo. Asumimos, erróneamente, que todo estudiante ejerce y valora a priori la vida en democracia, cuando se trata de un aprendizaje cotidiano, esmerado. No es atributo innato.
Justo Sierra, al inaugurar la Universidad Nacional, en 1910, decía que “el sistema de educación nacional es matriz fecunda de las democracias vivas” y “penetrados por el deber de convertir a la población mexicana en una democracia, nos consideramos obligados a usar el medio más importante para ello, la escuela”.
Las universidades -y los docentes- tenemos la responsabilidad de fortalecer, desde las aulas, los cuatro pilares de la ciudadanía: conocimiento, habilidades, valores y aspiraciones.