Estamos acostumbrados a la inmediatez. Las redes sociales nos han hecho adictos a la gratificación instantánea; a la dopamina producida por un like.
Una de las paradojas de nuestro tiempo es que, mientras más gadgets “inteligentes” nos rodean, menor es nuestra capacidad de concentración. La lectura lenta y reflexiva, la paciencia y la escucha atenta se han vuelto un bien escaso. Son lujo para quien es capaz de “desconectarse”, con el riesgo de parecer improductivo e ineficiente.
En pocos ámbitos esta inmediatez es tan perniciosa como en la política. En México, el show de las campañas adelantadas nos mantiene cautivos y entretenidos, pero nos distrae de los aburridos y complejos problemas nacionales.
Al igual que de las redes sociales, exigimos de nuestros políticos gratificación instantánea; nos aburre el debate serio sobre políticas públicas. La tragedia es que, justamente, eso nos están dando: ni soluciones ni ideas, pura dopamina. Las “corcholatas” están en una carrera por entretener, perdiendo hasta la dignidad, a cambio de un like (del gran decisor). En la oposición también se cuecen habas.
Recuerdo lo aburrida que se volvió la política en EEUU con la elección de Joe Biden. De pronto, ya no se hablaba del último escándalo de Trump, sino de los issues que aquejan a la sociedad gringa. Biden, un político aburrido, bajó el rating de las televisoras, pero comenzó a solucionar los problemas. Tan aburridos están que quieren de vuelta al peligroso bufón, para el cual todo es sobre sí mismo. Les urge dopamina.
David Thomson, historiador de cine, muestra que, en tiempos de crisis económica, guerra y populismo, la gente prefiere ver películas frívolas, no realistas. Tiene sentido, el cine fue creado para entretener y “escapar”. La política, en contraste, es un artefacto social para resolver problemas, pero se ha convertido en nuestra principal fuente de entretenimiento.
Gane quien gane la Presidencia, ojalá seamos capaces de abrazar el aburrimiento de no tener “mañaneras” ni dopamina diaria, para enfocarnos en la solución de los problemas. Aspiro a una política aburrida, donde al centro no estén nuestros emocionantes políticos, sino los asuntos públicos.
