Cultura

Sin licencia para la invasión

Oficialmente me declaro hasta el cogote con el tema de la adopción a ucranianos. A quien se le haya ocurrido la zucustrupada y a todos los que la han secundado debería hacérseles realidad su deseo: que con el biotipo hipersexualizado que eligieron (son mamucos, pero no tontos) les caiga toda su parentela, nada más para que dejen de hacerle al guajolote húmedo y sepan a qué le tiran con sus “puntadas”.

Una suerte de familia Burrón del Mar Negro para quien desinteresadamente abra las puertas de su corazón y de su casa a los ucranianos, hoy asolados por el sátrapa de moda, Vladimir Putin. El mismo ente impresentable que tiene al mundo viviendo en una calma chicha, mientras a prudente distancia se dividen los espectadores entre quienes desde la comodidad de su sillón reprueban su proceder zarista y los que están en un grito porque se avecina la tercera guerra mundial.

No tendría tanta suerte el planeta, aunque como están las cosas el polvorín se puede encender con cualquier pretexto, en particular con el botín político, pero sobre todo económico que se juega. De ahí la alevosa postura del oligarca ruso ante Ucrania, que le ha puesto en contra a buena parte del concierto internacional. Con la premisa de por qué discutir si se puede arreglar el problema invadiendo, Putin se ha puesto a la altura de otros paladines de la diplomacia intervencionista que estilan meter las narices donde no les llaman.

No es gratuito que tantos dedos flamígeros señalen a los países imperialistas que hoy condenan el arranque bélico, no solo por no poner un alto a Rusia, que además se metió con uno que no es de su tamaño, sino por permitir que se suplante la vocación tiránica reservada para unos cuantos. Esos a los que desde la prensa acidificada se les solicita: “¡Malditos invasores, detengan a los rusos!”.

A manera de reacción, las sanciones se presentaron más expeditas que nunca, dejando a los gandallas tan castigados como el peso frente al dólar. Con el paso de los días ha sido de tal magnitud el encono global, que Rusia ya advierte discriminación por las suspensiones de competencias deportivas de las que ha sido objeto. Y es que está visto que ya no se puede invadir con tranquilidad nada, porque salen con sus cosas.

Dicen los enterados que el meollo del asunto es el tránsito del gas que produce Rusia y que pasa por suelo ucraniano. Y aunque por más que los intrusos aleguen que van en pos del reconocimiento de los territorios separatistas prorrusos, Donetsk y Luhansk, no deja de llamar la atención lo que hay de por medio, pues, no obstante que muchas vidas penden de un hilo, cualquiera sabe el negocio que representa el belicismo.

De otra forma no podría explicarse la facilidad con que se gestan los conflictos armados. Para documentar el pesimismo habría que acudir a “El libro negro de la humanidad, crónica de las grandes atrocidades de la historia”, de Mathew White, y dar con el inventario que los señores de la guerra han procurado en el transcurso de los tiempos.

Carlos Gutiérrez

@fulanoaustral


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