“Caníbal: Gastrónomo de la vieja escuela, que conserva los gustos simples y la dieta natural de la época preporcina”.
Ambrose Bierce
Voy por el mundo con una máxima: la vida es demasiado corta para comer mal. Entiendo que la coyuntura actual no está para excesos y que, entre tanta pobreza, como diría Joaquín Sabina, tenemos el lujo de no tener hambre. Pero mientras la macroeconomía y las calificadoras que descalifican no nos la dejen caer, una obligación tenemos como habitantes de esta región nada transparente y es comer como Dios manda. Por eso no entiendo a quienes no se toman la molestia de hacer del acto de yantar un hecho digno de gente pensante y sintiente.
El fin de semana acudí con los autores de mis días a almorzar unas carnitas, nomás por enmendarle la plana a Jesusa Rodríguez, por aquello de que la dieta a base de cerdo celebra la caída de Tenochtitlán. Con la cabeza puesta en un menú violento, según la senadora, llegamos a un chiringuito con cierta fama y la promesa del deleite de su carne. Sin embargo, la desazón por el sazón resultó ser el sello con el que salimos un rato después. Ignoro los argumentos que llevan a la gente a atiborrar los locales que no honran el paladar y sobre todo porqué a los vendedores de comida no les cae el veinte de la dudosa valía de su producto, pero creo que el problema suele ser más frecuente de lo que se piensa.
De hecho, tengo la hipótesis de que dentro del mundo culinario de a pie resulta sumamente complicado encontrar buenas hamburguesas, buenas tortas de milanesa y ahora, gracias a estos chapuceros, unas buenas carnes. No digo que no haya, pero sí que resulta difícil, en especial cuando proliferan las opciones chambonas, las de sácate el antojo y sanseacabó. Y de esto nada de echarle la culpa a los imperialistas, por aquello de su origen en Hamburgo, en Milán y en la Madre Patria, ¡joder! Que aquí no salgan los peje-chairos con que hay que exigir disculpas a los gachupines por no enseñarnos a hacer buena fritura profunda con el marrano que importaron en la Conquista.
En todo caso que se eleve a rango constitucional y se haga obligatoria la enseñanza de la preparación de carnitas, de burgers y de tortugas de milanesa. Para que luego no salgan con una batea de babas y la raza acabe tragando lo que sea. O que se exija a los machuchones imperialistas de siempre que se pongan a la altura. Si van a seguir practicando la conquista por la vía simbólica, lo menos que podrían hacer es adiestrar a los presuntos implicados para que les salgan bien las cosas. De lo contrario no quedará más remedio que pensar en platillos más ligados a nuestra tierra y menos condescendientes, como un pozolazo con carne de tlaxcalteca.