Los recuerdos son una herramienta curiosa de la memoria, que lo mismo nos anclan con el pasado que nos otorgan perspectiva para entender el presente. Siempre me ha gustado la alegoría que implica preguntar a los peces cómo es su entorno en el fondo del mar y a que sea muy probable que pasen por alto mencionar lo mojado que está.
En esa lógica los humanos damos por sentadas muchas cosas, entre ellas nuestra simbiosis con internet, su omnipresencia y el apego que para bien o mal le tenemos. Hemos sucumbido a la idea de tenerlo a la mano, convirtiéndose en una adicción de la cual resulta muy complicado librarse, por muy útil que resulte la herramienta.
El recuerdo más remoto que tengo de internet es de 1996, en un laboratorio de cómputo de la universidad que lucía el último grito de la moda, una conexión a esa carretera informativa que por aquel entonces no imaginábamos lo que podría implicar, y que a duras penas comprendíamos que ayudaba a encontrar datos sobre algo.
“Ahí puedes buscar información sobre algún tema”, me dijo alguien. “¿El tema que sea?”, pregunté, yo que no estaba muy seguro de querer buscar información sobre nada en especial. Los seres de aquel tiempo estábamos tan acostumbrados a las fuentes de información tradicional que ir en pos de algo por el mero hecho de ir ya era algo ocioso. Lo primero que me vino a la cabeza fue el grupo Caifanes y acabé dando con un sitio perteneciente al precámbrico temprano de los bits.
La memoria cibernioide me ha salido al paso mientras pienso en la ubicuidad de internet y particularmente de la música. En cómo ha cambiado su consumo cultural y se normaliza la forma de reproducir la música como si fuera algo de lo más familiar, si no fuera por la matusalénica edad de aquellos que han sobrevivido a múltiples formatos fonográficos.
Estamos habituados a escuchar la música con un solo clic sin requerir cables ni demasiados recursos y ello nos pone en el mismo escenario que los peces hablando de su entorno, pasando por alto lo fácil del proceso de escuchar gracias la obviedad de la costumbre.
Sin embargo, no reparamos en la trascendencia de tener al alcance de la mano, literalmente, la mayor fuente de información que ha habido en la historia de la humanidad, incluido el acervo sonoro más vasto. Hoy podemos escuchar la pieza que nos venga en gana y reproducirla en cuestión de segundos.
Pero al mismo tiempo estamos ante un dilema: ¿y si no tuviéramos ni remota idea de qué querer escuchar? Vaya conflicto teniendo todo al alcance. Jaime Sabines se anticipaba a tan caótico escenario con aquellos versos demoledores: “¡Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo y no tengo ganas sino de mirar y mirar!”.