Cultura

Duermevelas

El tránsito por este mundo matraca suele prodigar experiencias pintorescas, a veces excepcionales y otras bizarras. Hace años conocí a alguien cuyo máximo deleite era dormir. Ninguna otra cosa le daba tanto placer como cuajarse el mayor tiempo posible. Como era de esperarse escucharle decir eso me resultó poco más que hilarante y poco menos que absurdo. Joaquín Sabina confiesa en la canción Cuando era más joven que dormía “de un tirón cada vez que encontraba una cama”. Pero una cosa es perderse en el letargo cuando haya oportunidad y otra hacer de ello una profesión de fe y un estilo de vida.

Claro que del lado opuesto se encuentra la costumbre de dormir por sentido común, por puro cansancio o porque a esas hora ya todo el mundo está en modo ronquido. A medio camino está aquella escena de El club de la pelea en la que se retrata el insomnio crónico de su protagonista, en una especie de metáfora del hastío gracias al hiperconsumo y la insatisfacción. En lo personal me declaro poco afecto a las costumbres del sopor de perezosos y koalas. Y aunque debo confesar que disfruto lo mismo un buen coyotito que una noche de descanso a pierna suelta, tampoco es que ansíe con pasión loca y desmedida poner la cabeza en la almohada.

Este caudal de ideas surgió de un despertar involuntario. De esos que llegan cuando menos se espera. Una palomilla había entrado a mitad de la madrugada desde una ventana abierta, alojándose en la habitación del bello y escribano durmiente, y haciendo un sutil ruido con su aleteo que terminó por interrumpir cualquier suerte de tranquilidad. El resto fue historia: salir de la modorra en pos de la génesis distractora de Morfeo, refrendar la vocación de sorpresa con foto del animalejo incluida (ya se sabe que en estos tiempos lo que no se documenta no pasó), e hincar el diente a un libro. Algo había que hacer a tales deshoras.

Todo ello con café de por medio, asumiendo que la hora de dormir irremediablemente había acabado y empezaban a adquirir forma las palabras que componen este texto. Eduardo Galeano se confesaba al respecto cuando escribía: “No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”. No exagero si digo que el de la humanidad es un relato labrado por aquellas cosas que ocurren una vez que el acto de dormir ha sido perturbado, quitándonos la posibilidad del sueño ya sea de manera textual o imaginaria.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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