Cultura

Clásico y Universal

Hay una frase que me resulta irrebatible: Infancia es destino. Mucho se ha vertido al respecto y los botones de muestra por doquier consiguen ejemplificarlo. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la adolescencia, esa nada tierna edad en la que el entorno es insufrible para quien la protagoniza y viceversa.

Y que más allá de la mala (y merecida) fama con la que cuenta, abona para la construcción del humano en ciernes que acaba siendo producto de todo lo que acontece ante sus ojos. Y, sobre todo, ante sus oídos, ya que la música juega un papel definitorio en la forma en que habrá de comprender el resto de la vida.

Cada que escucho alguna cancionceta que me remonta a la edad de la punzada suelo pensar en esto y, además del consabido viaje a algún ayer perdido en el tiempo (pero no demasiado), refrendo la creencia de que, si lo parvulario determina, lo adolescente es en sí el trayecto.

En aquellos años de efervescencia hormonal sonaba en el Valle de Toluca una de esas estaciones de radio empecinadas en transmitir lo que se denomina música de adulto contemporáneo, que es algo así como rolas despreocupadas, pero de nivel existencial y llegadoras para jóvenes que ya no lo son tanto.

El nombre de la radio se me ha olvidado, no así la seguidilla de temas que conformaban su programación. Obligados oldies frescos de pop ochentero surcaban las ondas hertzianas, dotando de una suerte de identidad para quienes les usábamos como música de fondo en alguna intentona de dimensiones románticas.

Supongo que el mismo efecto melómano-melancólico ocurre con cada juventud vivida al amparo de la radio, los dispositivos electrónicos, las plataformas actuales o la fuente sonora de la que se trate. La única diferencia es el caudal de relatos que en formato de tres o cuatro minutos resuena en las cabezas receptoras.

Hace algunos años mientras charlaba con Adolfo Fernández Zepeda, La voz Universal, salía a cuento la necesidad de renovar la oferta musical de la estación a su cargo con temas de comienzos del siglo veintiuno. Para una radio habituada a los clásicos más entrañables era una misión arriesgada, aunque indispensable.

Y tenía como objetivo, además de adquirir nuevos bríos, ir en pos de los públicos que crecieron escuchando a quienes a la postre se convertirían en la banda sonora de sus días juveniles. Y es que quienes se dedican al negocio de la nostalgia por la vía del sonido conocen lo que implica el peso del ayer.

De ahí que prosperen tanto y tan bien los esfuerzos destinados a encaminar a las audiencias hacia atrás, en el sendero que alguna vez se dibujó entre la idea de comerse el mundo y la de descubrir que casi nada era para tanto, y acabar comprendiendo que se era feliz incluso sin saberlo.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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