
Los antiguos romanos creían que el nombre definía el destino. México es muestra de ello.
México, del náhuatl Mēxihco, significa “lugar del ombligo de la Luna”, derivado de Metztli (Luna), Xictli (ombligo) y Co (lugar). Este nombre proviene de la percepción mexica del lugar privilegiado que ocupaban dentro de su cosmovisión, donde la Luna reflejaba su ombligo en el lago de Texcoco, sitio donde se erigió la grandiosa ciudad que alguna vez fue México-Tenochtitlán.
Para los mexicas, este lugar privilegiado fue resultado de una predestinación divina, donde Tenoch, el primer Huey Tlatoani, encontró el corazón de Copil —el acérrimo rival de Huitzilopochtli—, del cual brotó un nopal en el que se posó un águila, señal inequívoca de una conexión entre el mundo terrenal y lo divino que marca el nacimiento de un pueblo destinado a la grandeza.
Nuestros antepasados, impulsados por el deseo de explorar nuevos horizontes, descubrieron que el mundo conocido se encontraba entre grandes mares, llamándolo Cemānāhuac, la tierra completamente rodeada de agua.
La visión ancestral de un entorno definido por los océanos se refleja en la ubicación excepcional de México, al concebirse geopolíticamente como norteamericano, latinoamericano y caribeño, además de contar con más de 4 mil islas bajo su soberanía y ser uno de los 21 países en el mundo que pueden ostentarse como bioceánicos.
México como país bioceánico es, en efecto, una tierra rodeada de agua, bañada por los océanos Pacífico al oeste y Atlántico al este. Por cada kilómetro cuadrado de territorio terrestre, ejerce derechos de soberanía sobre aproximadamente 1.7 kilómetros cuadrados de mar en su zona económica exclusiva, que se extiende 370 kilómetros a partir de las costas.
Estas oportunidades de conectividad de la mar hacia México y de México hacia el mundo se concentran en un proyecto geoestratégico que permitirá explotar el potencial de la ubicación geográfica del país en la escena global: El Corredor Interoceánico – Istmo de Tehuantepec o CIIT.
El Istmo de Tehuantepec es el paso mexicano más estrecho entre los océanos Pacífico y Atlántico, con una distancia mínima de aproximadamente 230 kilómetros en línea recta entre Salina Cruz, Oaxaca, y Coatzacoalcos, Veracruz.
Desde tiempos de Hernán Cortés, quien en cartas a Carlos V destacó el potencial del Istmo de Tehuantepec para conectar los océanos, esta región ha despertado un interés geoestratégico. En 1773, el virrey Bucareli impulsó expediciones para explorar la viabilidad de un canal, mientras que los geógrafos alemanes Alexander von Humboldt en 1803 y Friedrich Ratzel en 1875, resaltaron su potencial para la comunicación interoceánica.
En 1907, el presidente Porfirio Díaz inauguró el Tren del Istmo de Tehuantepec. Aunque visionario, este proyecto terminó en el abandono debido a cambios en las tendencias comerciales globales, inestabilidad política y la falta de continuidad para asegurar su competitividad.
En 2019, el presidente Andrés Manuel López Obrador emprendió la obra del CIIT con una visión humanista, enfocada no solo en crear una plataforma logística multimodal para el comercio interoceánico, sino también en mejorar la calidad de vida en el sureste mexicano.
El CIIT marca la diferencia al ser un canal interoceánico que nace y se desarrolla como mexicano. Mientras canales de alto valor geoestratégico como Suez y Panamá estuvieron controlados por intereses extranjeros durante décadas, este proyecto coloca a México como un referente global, demostrando su capacidad para desarrollar iniciativas estratégicas soberanas.
Al conectar océanos, el CIIT es un proyecto geoestratégico que permitirá al Estado mexicano el ejercicio efectivo del poder marítimo para aprovechar las ventajas y recursos de nuestros mares en favor del pueblo de México. Por ello, la obra clave para el desarrollo marítimo nacional fue encomendada a MARINA, una institución cimentada en los más altos valores de honor, deber, lealtad y patriotismo para servir a México.
Nuestros ancestros nos heredaron un país donde se refleja el ombligo de la Luna, con enormes ventajas para alcanzar el destino marcado por nuestra geografía. Ahora, sobre nosotros recae el deber de perpetuar ese legado y dar forma a un nuevo símbolo:
El Canal Interoceánico - Istmo de Tehuantepec, convertido en el corazón marítimo de México, un latido que una océanos y destinos, un puente vivo que nuestros sucesores heredarán como testimonio de nuestra voluntad y representación.