Política

Temporada de fogatas

  • Columna de Bruce Swansey
  • Temporada de fogatas
  • Bruce Swansey

Julio es el mes de vacaciones para las autoridades y sobre todo para la policía en Irlanda del Norte. Es el mes en el que las leyes son ignoradas, las prohibiciones de bloquear caminos se atenúan tanto que dejan de existir, es el mes en que los guardianes del orden agachan la cabeza y miran para otro lado. En su lugar, el vacío de poder se llena con el rencor sectario y la consigna: “¡Por Dios y el Ulster!”

En Irlanda del Norte existe una tradición que se remonta a 1690 cuando Guillermo de Orange derrotó a Jaime II. Lo que desde entonces se festeja es el triunfo del protestantismo sobre el catolicismo, pero también la limitación del poder real que ya no proviene de Dios sino que resulta de un acuerdo dinástico con el Parlamento. Lo que en principio es visto sólo como una guerra religiosa también tiene un aspecto legal, revolucionario para la época en la que los reyes eran representantes de Dios en la tierra.

La controversia sobre la elección antecede a la Batalla del Boyne y le costó la cabeza a Carlos I en 1649, pero los asuntos religiosos tardan tiempo en asentarse y la reforma iniciada en Inglaterra por Enrique VIII en 1533 tarda en consolidarse. Varios siglos después un grupo de vándalos desempleados y aburridos encuentran su justificación existencial preparando piras para recordar la independencia del Vaticano, pero sobre todo para amenazar a quienes no son parte de su comunidad.

Una cultura alimentada por el rencor, transmitida de generación en generación y carente de liderazgo político capaz de articular esa fuerza y ponerla al servicio de la transformación de una comunidad rezagada y reaccionaria, es un signo persistente e indica que 28 años después de firmar el Tratado de Belfast todavía queda mucho por hacer.

La Batalla del Boyne de 1690 es el certificado de defunción del catolicismo hegemónico en Inglaterra y sus dominios y la acotación del poder real que deberá negociar el gobierno con el Parlamento. Es, si se quiere, parte de la secularización que define la modernidad. También es el pretexto para espabilarse y construir piras en los seis condados de Irlanda del Norte que se encienden el 12 de julio para rememorar hechos que los participantes ignoran. Para ellos se trata de afirmar una identidad nebulosa, de manifestar su rencor contra los otros y de subrayar las prerrogativas defraudadas a las que creen tener derecho. Hoy, como en 1690, las huestes de la fe laboran infatigablemente para levantar enormes piras de varios metros de altura hechas con madera, muebles descartados, llantas y efigies católicas condenadas a ser devoradas por el fuego. “Kill all Taigs” (“maten a todos los católicos”) es un reclamo común. Durante esta época los que no forman parte de la tribu eligen ausentarse por temor a la violencia. Todos recuerdan autobuses quemados rodando calle abajo como carros infernales.

La preparación del festejo exige organización, disciplina y orgullo en transmitir la tradición. Durante días los chicos acarrean materiales y los mayores les enseñan cómo ensamblarlos para lograr piras cada vez más altas, de tal forma que todos aprenden rudimentos de construcción y piromanía que es muy útil en esas regiones. Los preparativos refuerzan lazos comunitarios y renuevan la solidaridad entre quienes se sienten parte de esta hazaña que los trasciende y da sentido a sus vidas. Porque la mayoría de estos jóvenes cuyas edades oscilan entre los 12 y los 19 años carece de futuro. Estos chicos forman parte de una comunidad rezagada que resiente haber sido olvidada por el progreso. Si, según ellos, la Unión Europea no les hizo justicia, Brexit los desechó como excrecencias.

Este 12 de julio la celebración consistió de 300 piras para arder banderas tricolores y propaganda electoral, pero la que se levanta en Moygashel, en las afueras de Dungannon, un pueblo en el condado de Tyrone, se añadió un elemento más: en la cima colocaron una embarcación tripulada por refugiados. Ya no se trata sólo de católicos y miembros de la comunidad “roma” o “romaní”, sino que la animadversión del festejo incluye a quienes arriesgan su vida huyendo de la persecución étnica, la guerra y la miseria.

La instalación que corona la pira de Moygashel fue calificada como una agresión racista y un claro llamado al linchamiento, mientras algunos la defendieron como una forma “artística” de protesta contra lo que consideran una invasión de inmigrantes.

“Detengan las pateras,” dice un cartel colocado debajo de la embarcación.

“No hay que tomárselo personalmente —opina un vecino del área—, porque el año pasado se quemó una patrulla y en el 23 un barco para protestar contra los arreglos post Brexit”.

Cada año las piras son mayores y se levantan como torres en un despliegue cuya intención no sólo estrecha los lazos de la comunidad protestante y leal a la corona, sino que también amenaza e intimida al resto de la población, contamina el medioambiente y en Belfast pone en peligro una estación que suministra electricidad a dos hospitales. No importa: cuando las brasas se apaguen los inmigrantes, quienes realizan el trabajo que los patriotas no quieren hacer, recogerán la basura a costa del erario público.

Al día siguiente la orden de Orange toma las calles para marchar disfrazados de cajeros de banco de la era eduardiana, vestidos de negro, con paraguas y bombín, acompañados por bandas con enormes tambores “lambeg” que antiguamente usaban los ejércitos para asustar a los enemigos con su ruido atronador y estandartes que proclaman su indeclinable lealtad a Su Majestad que Buckingham preferiría que no existieran.

En Irlanda del Norte se han resuelto problemas de peso pavimentando el camino hacia la paz y conciliando odios ancestrales. Una posible solución es apoyar la creación de más escuelas mixtas donde la niñez no sea separada por la religión, donde las relaciones con los compañeros no dependen de la fe y su belicosidad. Es tiempo de apoyar la integración mediante la educación y quizá de esta forma la temporada de fogatas formará parte de una historia vergonzosa que es preferible olvidar para normalizar la convivencia aun en julio, el mes de un Dios iracundo y un Ulster convulsionado por grupúsculos que entretienen el aburrimiento asesinando simbólicamente a los demás. Es hora de apagar las fogatas.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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