El intento de agrupar países diversos en Europa, una vasta constelación donde convivan la diferencia y la unidad, no es un anhelo nuevo. Algunos señalarían a Carlomagno como el antecesor de la Unión Europea (UE), el rostro contemporáneo de un sueño imperial adaptado a la actualidad republicana.
La aspiración de ser una federación de estados autónomos que eligen compartir un mercado común es la semilla de un bloque que ha crecido desde 1957 cuando los seis países fundadores (Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Alemania Occidental), iniciaron un proceso que superaría los pronósticos más optimistas. Actualmente la UE incorpora 27 países que suman una población de 439 millones de habitantes.
Puede decirse que el crecimiento de la Comunidad Europea tiene una historia exitosa. Al unificarse sin perder su soberanía, los países miembros han logrado prosperidad, estabilidad y seguridad basada en las leyes que norman la UE. En 2009 el Tratado de Lisboa hizo oficial el nombre.
El éxito de la UE ha modificado el mapa europeo al asegurar el libre tránsito de sus ciudadanos, el uso de la misma moneda y comprometerse con la salvaguarda de la democracia.
Desde que el muro de Berlín cayera y la Unión Soviética se colapsara, países como Polonia, República Checa, Eslovaquia, los países bálticos y los nórdicos, que comparten frontera con Rusia, han visto la ventaja estratégica, sobre todo desde que en 2014 Rusia invadiera Crimea, de pertenecer a la UE.
Esto ha significado un renacimiento que establece las bases de colaboración estrecha unificando estos países legalmente mediante instituciones para regular un territorio extenso y complejo. La educación, la cooperación en investigación y ciencia, el programa Erasmus que permite un año de estudios de posgrado en cualquier universidad, becas y residencias artísticas, fondos para el desarrollo de los recién llegados, son algunos de los acuerdos que administran, hasta el momento rentable, un presupuesto del que se benefician igualmente los países miembros.
A pesar de las ventajas que ofrece, la UE se ha enfrentado a dificultades serias. En 2015 Grexit, cuando surge la duda acerca de la dualidad de la UE. Entonces los griegos votaron por abandonar la Unión pero un segundo referéndum decidió su permanencia.
Grexit padeció las reglas fiscales de la UE cuando el país fue obligado por Angela Merkel a pagar una deuda aplastante que sumió a Grecia en la pobreza de la que no se repone totalmente. El rigor del trato permitió observar que Grecia y otros países semejantes formaban una UE de segunda categoría, países habitados por ciudadanos indolentes e irresponsables, como fueron caracterizados los griegos. Alemania y Grecia no habitaban la misma Unión.
Grecia permaneció dentro de la UE, mientras Inglaterra perseguía, cinco años después, quimeras globales que no se realizaron. Hasta el acceso de Keir Starmer al número 10 de Downing Street, el país permaneció como rehén del Brexit.
A la crisis financiera siguió el gran confinamiento, que transformó súbitamente la vida cotidiana. Una revolución que indicó el camino a seguir en materia de organización del tiempo, reordenación del espacio de trabajo y por tanto habitacional, y organización de la vida diaria. Durante esos días aparentemente inmóviles ocurrieron muchas cosas que hasta el momento eran inconcebibles. Por ejemplo el trabajo desde casa, que posibilita otra vida familiar. Esa temporada fue creativa por necesidad, ante el asombro frente a la plaga. Europa no hizo mal papel en la emergencia, aunque reveló las necesidades que no habían sido cubiertas y afectaban al ciudadano común que se sentía ignorante. Las diferencias sociales más profundas desde el empobrecimiento de 2008 comenzaron a hacerse evidentes. La crisis actual no es nueva, sino que revela una corriente subterránea poderosa entre quienes se sienten excluidos y buscan satisfacer sus demandas optando por la extrema derecha.
En Inglaterra, donde el continente es visto con conmiseración y animosidad, en 2016 los populistas nacionalistas lograron desgajar al Reino Unido (RU) de la UE. Brexit es la expresión más genuina del aislamiento dominado por la xenofobia y el rechazo vehemente de la inmigración, el coco de Europa. La entrada a Europa de un millón de inmigrantes que Angela Merkel admitió entre 2015 y 2016 exacerbó el rechazo de lo que los grupos de extrema derecha llamaron la invasión de Europa.
Brexit fue una revancha ilusa de la pequeña Inglaterra para consolarse de su disminuido lugar en el mundo que trascendió las diferencias de clase y unió una fauna acosada por sus delirios de grandeza. Boris Johnson, guasón de la naturaleza, prometió 350 millones al servicio público de salud por cada día que saldrían del dinero ahorrado gracias a su salida de la UE.
La separación no produjo el auge bucanero que anhelaba Boris. En cambio le restó 4% del PNB. El comercio interrumpido, los aranceles, la indemnización, etc., han restringido significativamente el crecimiento económico de RU.
La gran pregunta desde que la UE comenzó a expandirse más allá de sus fronteras occidentales para incorporar países que provienen de otra tradición es acerca de su supervivencia. La gran crisis de 2008 no ha sido resuelta creando una generación que mira críticamente el statu quo.
Las ventajas de la UE no ocultan las resquebrajaduras del edificio. La UE no es ajena al capitalismo en clave de El padrino en el Bronx. La segunda presidencia del anaranjado en la Casa Blanca significa la predominancia de intereses cínicamente promovidos para cavar más hondo el abismo entre una minoría oligárquica y una mayoría acosada.
Desde la posguerra de la Segunda Gran Guerra, la UE ha dependido de los EU para mantener el equilibrio en Occidente pero el nacionalismo en ese país es una fuerza centrífuga que lo vuelca hacia dentro, desequilibrando el mundo mediante una política económica cuyos aranceles provocan el caos y compromete el futuro de la UE cuyo intercambio comercial con EU ascendía en 2023 a 1.3 trillones anuales.
No sólo esto, sino que además muchas empresas europeas forman parte de una cadena comercial, por ejemplo el fuselaje de Boeing viene de Italia, los interiores de Francia, las alas son niponas, pero el animal se arma en EU.
Las empresas tecnológicas representan un ingreso extraordinario en Europa y su poder económico es aplastante. El nacionalismo MAGA amenaza mediante los aranceles llevarse esas compañías de regreso, lo cual haría perder a Irlanda una porción fundamental de sus ingresos fiscales.
Esto, y la invasión rusa de Ucrania, señalan un presente inquietante. Los siguientes dos años determinarán resultados previsibles y Zelensky lo viene diciendo desde hace años: Ucrania es la frontera oriental de Europa. Su suerte definirá la de Europa frente a Rusia que aspira a ser la primera potencia militar en Europa.
Por todo esto, la unión de Europa es necesaria. Su supervivencia implica beneficios y deberes sociales, legales, ajustes esenciales para lograr un equilibrio democrático y liberal, educativo, y la defensa de los valores que fundan y justifican la democracia liberal. Formar parte del club exige reconocer y apoyar los derechos humanos que definen la dignidad de sus miembros en una sociedad libre, con un estado que garantiza servicios como la habitación, la salud, la educación y la seguridad.
Europa es la utopía que ha fracasado varias veces, dejando tras de sí la confusión y la violencia. La encarnación actual no es menos problemática ni menos vulnerable que sus intentos anteriores y uno de los retos principales es la presión del autoritarismo que dejó su huella incluso en Alemania donde los comunistas de antaño son los fachas de ogaño. De un lado están los países de siempre y del otro, los recientemente incorporados provenientes de las ruinas de la Unión Soviética cuyos ciudadanos y sus descendientes tienden a apoyar los movimientos de extrema derecha. Del comunismo al capitalismo gangster hay un paso.
Ante la presente coyuntura, Europa está obligada a resistir para lograr una independencia auténtica de los EU y elaborar una estrategia que le permita contrarrestar la influencia de China y de la India, así como el totalitarismo exterior e interior. Pero lo más apremiante es que Europa debe tomarse en serio la inviabilidad política de la inequidad. Sin la justicia y una distribución de la riqueza menos mezquina, ninguna democracia es posible.