A veces pienso que los representantes de los partidos políticos en el Consejo de IEEM viven una realidad paralela. Me irrita su simulación cuando se inflaman exaltando al instituto electoral mexiquense como el mejor de todos. O no conocen lo que se dice del IEEM en el mundillo electoral o enmascaran una realidad para provecho propio. Expresiones apasionadas y lugares comunes que esconden la subordinación a la que los partidos tienen sometidos a los consejeros electorales del IEEM.
Este es un rasgo histórico en la entidad. Más ahora con la débil y errática conducción de la presidencia interina. Dicho de otra manera, pocos institutos electorales en el país padecen la absoluta sumisión a los partidos políticos como la que experimenta el IEEM.
Gabriel Corona, ex consejero de dicho instituto, en su columna de ayer, publicó el resultado de una encuesta realizada por el Colegio de México. De cada 10 mexiquenses, 6 tienen muy poca o nula confianza en el IEEM. Conozco otras encuestas más radicales. Dicho de otra forma, la mayor parte de la ciudadanía pone en duda y cuestiona el accionar del instituto electoral que debe ser garante de los votos de todos nosotros los mexiquenses.
Es fundamental recordar que, en los procesos electorales, la confianza en la imparcialidad del árbitro electoral es determinante. Aquí cabe la máxima de José Woldenberg, que dicta que la confianza es difícil de obtener, fácil de perder y casi imposible de recuperar. Francis Fukuyama, en su libro Trust, la confianza, plantea lo siguiente: “Confianza es la expectativa que surge en una comunidad con un comportamiento ordenado, honrado y de cooperación, basándose en normas compartidas por todos los miembros que la integran”.
El politólogo estadounidense, partidario del funcionamiento de las instituciones como legitimadoras de la moralidad, reconoce que la confianza se basa en una presunción de la conducta futura del otro. El capital social es el tejido del sentido común de una sociedad, señala Fukuyama, que nace a partir del predominio de la confianza. Esta confianza como lazo tácito facilita una economía fluida, transacciones, fomenta la creatividad individual y justifica la acción colectiva.
La legitimidad de las autoridades que nacen de procesos electorales impecables, genera la confianza y la base en la que construye las relaciones entre el gobierno y la ciudadanía. Pero cuando impera la desconfianza social se produce una ruptura entre el poder y el individuo, e inexorablemente la gobernabilidad se atrofia. ¿El IEEM está a la altura?
Bernardo Barranco