Nos dice Kant que “el tiempo es una forma a priori de la intuición sensible, no es objetivo ni existe independiente de la mente humana”. Entonces existe porque lo percibimos, lo sentimos, vivimos en él, y por eso cada quien tiene una percepción del tiempo, para los niños es largo, para los adultos es corto. El aburrimiento lo hace eterno, la enfermedad lo hace insoportable, el placer se lo traga en un instante, el amor lo diluye en embriaguez.
La física como ciencia dice que el tiempo es la cuarta dimensión, las otras tres son espaciales: largo, ancho y alto. Einstein reunió el espacio-tiempo en la Teoría de la Relatividad. El tiempo es lineal: pasado, presente y futuro. En esa trayectoria entran las elucubraciones de la ciencia ficción que se hermana con la física cuántica, la cosmología y las especulaciones de viajar por esa línea, como un juego de mesa, arrojando dados regresando y avanzando.
Ese tiempo como intuición o como dimensión, es existencial. Lo que determina que sepamos qué es somos nosotros en esa experiencia. La manipulación del tiempo no existe, lo que es posible es la manipulación de nuestras vidas. La existencia se puede manejar, lo que no hemos hecho en el pasado, hacerlo en el presente. El tiempo es eterno y sin embargo limitado para cada ser vivo.
¿Hay una edad para iniciarse en el arte? No la hay, hay decisión, voluntad, arrojo, y eso se ejerce a cualquier edad, en el momento en que se tome la resolución, el tiempo es ahora. Eso se aplica para cada deseo que se queda en el margen de la existencia. Gauguin fue un artista tardío, dejó su trabajo en una institución bancaria, dejó a su familia y conquistó a Gauguin en las islas de Tahití, buscó a su ser salvaje para hacer una obra salvaje, sin referencia a la sofisticada sociedad francesa. Los coleccionistas parisinos más sofisticados, años después, buscaron sus obras, con la nostalgia de una libertad idílica, novelesca.
El poeta William Carlos Williams llevaba su carrera de medicina pediátrica paralela a sus poemas fatalistas. Wallace Stevens trabajó décadas para una agencia de seguros y escribía poemas de una belleza que describe el desahogo de la palabra presa en memorándums y reportes, y que liberada con la fuerza de su espíritu, trazó un tiempo doble en el presente de su existencia.
En esa cuarta dimensión, en el espacio-tiempo científico, o en la intuición kantiana, la red interminable del Mahabharata, en la densa nebulosa de las migraciones de la Odisea. Hay tiempo para crear y contemplar, dar a la existencia un espacio que no pueda definir ni la filosofía, ni la física, fuera del control social del rendimiento, éxito y fracaso. El tiempo exige la decisión de hacer eso que le dará sentido al tiempo mismo.
Ganamos un día viajando del este al oeste, es un día ficticio, ganamos años realizando eso que duerme dentro de lo más oscuro del ser. Quien pregunta si hay edad para crear o contemplar arte es que no se atreve a tomar una decisión. El valor no cuestiona: actúa.