A la vía de escape del monopolio que los partidos políticos ejercían sobre el acceso a los cargos de elección popular la llamamos, “candidatos independientes”; al parecer, los poderosos de siempre consideraron que legalizar candidaturas libres de ataduras con los partidos sería un avance que nos contentaría. Así de simples nos concibe, a los electores, el sistema político; si le asignáramos la categoría de personaje y por tanto tuviera voz, quizá lo escucharíamos decir, en un aparte, para sí mismo, como si conspirara: con que ya se hartaron de los partidos, ¿no? Muy bien, les daré gusto: tomen sus independientes, jajajaja. Las luces se atenúan; oscuridad, queda el eco de la risa. Fin del acto I.
La risa que se queda en el ambiente consigue que el público se estremezca, el sistema es capaz de cualquier cosa, cien años de iniquidades lo avalan. Pero el autor es hábil, sabe que si deja pensar a los espectadores la obra se arruina; por ejemplo, si se preguntaran, los candidatos y las candidatas independientes, ¿lo son respecto a qué? O algo como: si militó durante años en un partido, o en varios, ¿basta que no lo postule alguno para que se desembarace de las taras que han hecho que los partidos sean detestados? Exacto, no se puede dejar a los electores semejante libertad de albedrío, se perdería el embrujo de la cuarta pared, que en cierto teatro y en el fingimiento democrático son esenciales para mantener la tensión dramática. Por lo que nuestro personaje entra a escena otra vez y rápido, nada por aquí, nada por allá, saca de la manga de su ajuar una fórmula para que los independientes salten a la cancha; lo que muestra es una mezcla de tecnología (úsese cuando lo demás, digamos los principios, falle), una aplicación informática -faltaba más- y cifras que vende como ungüento milagroso para que la legitimidad florezca en la representación política: junten decenas, cientos de miles, millones de firmas, válidas, y móntense en el fantástico vehículo de la boleta electoral, basta mandar un mensaje desde el celular. El sistema, en un rincón del foro, se frota las manos, gira despacio la cabeza, su mirada es socarrona, y murmura: suerte con Internet; es decir, cuando el servidor esté conectado al servicio, jajajaja. (Lo sé, el autor no es creativo, el segundo acto termina como el primero, pero qué le vamos a hacer, sería poco ético variar los hechos, así son, así han sido: el sistema ríe al comienzo y en medio). Juego desenfrenado de rayos láser, tricolores, azules, naranja, verdes, lilas, cortesía del INE; baja una pantalla al proscenio y, súbitamente, los láseres se apagan y aparece una proyección, al fondo se ve el escudo nacional y al frente se lee: “participa, tu firma cuenta y cuenta mucho”. Fin del acto II.
El público ya no tiene miedo. Un enojo sordo que busca su punto de fuga los hace removerse en sus asientos. Algunos quieren abandonar la sala, pero las puertas están cerradas por fuera; en señal de protesta se cruzan de brazos, vasallos de lo que miran, de lo que ya saben se les vendrá encima. Entra un tropel de independientes, de todas las raleas, los hay independientes-independientes (son los menos) también los independientes del presidente del que fue su partido y los infaltables independientes de toda ética y de cualquier idea; cada cual vocifera por su cuenta, para su fuero interno o para casi nadie, unos dicen yo, otros afirman soy el futuro, unos más imploran: olvida lo que fui, soy otro. Unos cuantos van de un lado a otro, gesticulan ante alguien invisible, como si pidieran el apoyo de alguien inasible, muestran el celular que, una y otra vez, se les cae de las manos. Entra el sistema, por la derecha, y sin convicción salmodia entre las y los independientes: ¡certeza, legalidad, independencia, objetividad, máxima publicidad! Pero, sobre todo: ¡imparcialidad! Y lo repite y lo repite… luego le gana la risa, jajaja, y todo termina como comenzó. Telón.