Cultura

Guadalajara 2018

El tiempo, pocos no lo tienen en mente con una constancia que rezume obsesión; a unos les sobra, a otros no les alcanza y eso que los minutos, las horas y los días duran lo mismo para todos, es apenas creíble lo que con fines científicos se ha gastado para medirlo minuciosamente y, sin embargo, no faltan los que aseguran que sus horas súbitamente se acortan o los que sienten que entre cada golpe del minutero, entre cada parpadeo del reloj digital, cabe una eternidad atosigante.

Con el tiempo de uso cotidiano existen dos posibilidades, que nos contenga y atenernos a su ritmo, o mirarlo de reojo porque lo único que mesuramos es la sucesión de aconteceres que sumados conforman la vida; para qué cronometrar una mirada, la sensación de plenitud o la duración de un verso, no es necesario anotar el curso temporal de un dolor intenso o los que perdura el mazazo que es la noticia de la muerte de alguien querido y, no obstante, en algún momento terminamos por suscribir todos esos sucesos no en una hora precisa, sino en un tiempo, el nuestro, particular y apenas compartible: a menos que demos con el espacio en donde el tiempo se torna concreto, con el sitio en el que el presente y el pasado se ayuntan y aran el futuro; lugares en los que aquello que fue no cabe en una narración unívoca y lineal, lo que ha sido continúa siendo según varía la manera de contarlo y de habitar ese ahí: la casa, todas, nodo del tiempo humanamente abarcable.

Las generaciones se aglomeran en las casas, en ellas van encontrando su sentido; desde la casa se hacen y se reconfiguran las sociedades: nunca es más claro el destino personal que cuando se está en casa rodeado de quienes a ella pertenecen o se añaden, vivos y muertos. Nada, casi nada tan perturbador como un pueblo fantasma; estructuras vacías derrumbándose que no cesan de sugerir la vida que antes hubo; desde cada armazón se percibe un murmullo inaudible que se hace cierto en el desasosiego que eriza la piel y nos envuelve ante las ruinas, tiempo embalsamado… pero de esto ya Rulfo dijo lo decible y dejó insinuado lo inefable; humanizados pueblos muertos, petrificadas gentes.

Sorprende que las casas las vivamos como si no las notáramos. Al parecer sólo después del desastre que las trastoca reconocemos que eran mucho más que refugio, mucho más que referencia geográfica, mucho más que punto de partida y de llegada: son historia, son germen de algo inidentificable que aparece cuando decimos yo, pero sobre todo cuando decimos nosotros; son continente de risas, de llanto, de ira y de la felicidad más intensas; untada a sus paredes está una amalgama de esperanzas y decepciones, lo correcto es llamarla solidaridad.

Cualquiera lo sabe, a veces hay que dejar las casas; liar los bártulos despacio y despidiéndose, encajonar los libros con parsimonia para que entre ellos se acomode el espíritu de la casa hecho del espíritu de tantos, de tantas. Sin pesar y sin culpa salimos de ella cuando decidimos que es tiempo; pero cuando sin aviso somos arrojados, cuando extraños sin miramientos la quiebran, la hienden con una lanza-edificio, pared con pared, de 24 pisos, el pasmo y el enojo y la impotencia dislocan el discurrir del tiempo que en la casa tuvo su eterno retorno. Es como cerrar los ojos y al abrirlos estar en un cosmos diferente.

Sí, una casa no es nada en medio de centenas de miles que la rodean, aún de las noventa que contendrá la mole que ignora las historias que violentó y el tiempo que truncó. Defender esa cifra apenas arriba del cero, de la nada: una casa, luce estéril, o soberbio; aunque desestimar esa defensa puede también ser un síntoma aterrador: cada habitante y cada hogar de la ciudad no valen más que como parte de cifras inaprehensibles, inhumanas, que en tanto no mermen en un porcentaje significativo, lo demás no importa. Redensificamos la violencia y vaciamos la urbe de los eslabones que forman comunidades.

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Augusto Chacón
  • Augusto Chacón
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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