Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental. Se trata de un esfuerzo global por visibilizar su importancia para la dignidad humana, el disfrute de los derechos y la justicia.
Como sociedad, hemos avanzado mucho para dejar atrás un paradigma negacionista de la salud mental, pero lo cierto es que hoy sigue sin ser un derecho real para millones de personas que, lejos de recibir un tratamiento digno y el apoyo de su comunidad, enfrentan rechazo, aislamiento y discriminación.
Las cifras dan cuenta de un escenario desolador. De acuerdo con estimaciones recientes de Naciones Unidas, cerca de mil millones de personas padecen algún trastorno mental como ansiedad, depresión, bipolaridad, entre otros. A pesar de ello, dos de cada tres personas no recibirán tratamiento alguno. Las personas con condiciones de salud mental y las personas con discapacidad psicosocial mueren prematuramente. En el caso de las y los adolescentes, más de 20% sufre trastornos mentales y el suicidio es la cuarta causa de muerte entre las personas de 15 a 29 años. En nuestro país, el Inegi reporta que mueren anualmente ocho mil personas por suicido.
La discriminación, el paternalismo y la estigmatización asociadas con la salud mental impiden que las personas obtengan los cuidados y el apoyo que requieren, refuerzan estereotipos inaceptables, y las colocan en riesgo de sufrir distintos tipos de violencia y abuso que van desde el acoso hasta la tortura.
Los problemas de salud mental afectan desproporcionadamente a las personas en pobreza, que además del estigma y la marginación, enfrentan profundas dificultades para acceder a servicios de atención médica, educación, vivienda, trabajo y alimentación, todo lo cual les impide llevar una vida digna. En muchos casos tienen que afrontar la presencia de padecimientos que ni siquiera saben que tienen o que existen. Todos los días, sufren en silencio sin siquiera poder nombrar lo que sienten, como si no fuera real.
A pesar de lo anterior, la salud mental sigue siendo una política olvidada. En muchas partes del mundo los servicios de salud mental no cuentan con recursos suficientes. La atención se limita al uso de fármacos y medidas no consentidas. Con frecuencia se recurre a instituciones psiquiátricas que se han asociado con graves violaciones de derechos humanos incluyendo internamiento forzoso, reclusión, aislamiento, explotación laboral, medicación forzosa y sobremedicación, todo lo cual viola el derecho al consentimiento libre e informado y podría ser constitutivo de tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes.
Lo cierto es que la salud mental es, ante todo, una cuestión de justicia.
Se trata de que la salud sea un derecho y no un privilegio. De que ninguna persona deba sufrir en silencio. De que todas las personas encuentren alternativas adecuadas y libremente elegidas para recuperarse. De dignificar el trabajo y la educación. De adoptar medidas para erradicar y prevenir la violencia, los abusos, las experiencias negativas en la infancia, y fortalecer relaciones humanas empáticas y solidarias. De tomar conciencia sobre la importancia del bienestar emocional en todos los ámbitos de la vida.
Hoy, más que nunca, somos responsables de construir una sociedad diferente, en la que la salud mental sea plenamente valorada. En la que la salud psicosocial sea tan apreciada como la salud física. En la que las políticas pongan al centro las voces, prioridades y necesidades de las personas usuarias de los servicios de salud mental. En la que todas las personas encuentren redes de apoyo en su comunidad. En la que las escuelas, espacios de trabajo, centros de salud y las instituciones adopten ajustes razonables y medidas de accesibilidad. En la que se valore y se respete la diversidad de la experiencia humana. En la que ninguna persona deba sufrir estigma ni discriminación.
Como sociedad, tenemos que dejar de mirar hacia otro lado. En un mundo que deshumaniza a las personas y mide su valor únicamente a partir de su productividad, tenemos que ver de frente esta realidad, y reconectar con nuestra humanidad.
Construyamos un mundo distinto, en el que las personas no sean objeto de discriminación y tengan las mismas oportunidades para participar y alcanzar sus sueños en igualdad. Un mundo en el que todas las voces sean escuchadas, y nadie, por ningún motivo, se quede atrás.