Todo se hizo mal. El lío empezó con la aceptación de un vuelo en el que las condiciones de los deportados no eran aceptables. Después, el fugaz mensaje de X, que minutos después se borró: “recibámoslos con banderas y flores”. En seguida, el retiro del permiso apenas otorgado. Y fue ahí donde explotó la bomba: el presidente Donald Trump atacó con una ferocidad sin precedentes las erráticas decisiones del presidente Gustavo Petro.
Lo peor, sin embargo, aún no sucedía, porque lo peor fue el segundo mensaje de Petro en X. La perorata, una pobre obra pseudoliteraria en la que el Presidente de Colombia divagó renglón tras renglón, con alusiones, afirmaciones e inspiraciones, una más absurda que la anterior. Una vergüenza de texto que pasará a la historia como una de las formas menos serias de atender algo muy serio.
Al final, Petro tuvo que recular y aceptar, sin reservas, todo lo que Trump le impuso, no sólo pagando un costo mediático y político altísimo, sino hasta pagando el costo de un vuelo que le hubiera salido gratis. El único resultado medianamente positivo que obtuvo fue que, efectivamente, ninguno de los deportados bajó del avión esposado, algo que hubiera sido igual de humillante que su actuación. Otro sinsentido, por cierto, porque si bien no todos los deportados en el grupo tienen antecedentes o actividades criminales, la mayoría sí las tienen, y ello hubiera ameritado que bajaran esposados, no por los estadounidenses sino por las propias autoridades colombianas. Todo esto, sin embargo, lo tendría que haber negociado su equipo consular antes de que despegara el vuelo de los Estados Unidos y no a medio camino porque, hecho así, la medicina salió peor que la enfermedad.
Termino este relato como lo inicié: afirmando que todo se hizo mal por el lado colombiano. Falló un equipo diplomático y consular que debió haber asegurado condiciones dignas para los deportados, antes de que despegara el avión. Falló un presidente que entre fobias, ambiciones caudillistas y falta de talento diplomático, expuso a su país a una gravísima crisis de consecuencias incalculables, porque claramente pensó que estaba en Cuba en 1960. Falló la capacidad de quien sea que influya en la comunicación y las decisiones presidenciales, porque fue o fueron incapaces de evitar este ridículo.
Y, sin embargo, al final sí hubo algunos que no fallaron: los familiares y colaboradores de Petro que, ante el riesgo de perder su visa para ingresar a Estados Unidos, donde la gran mayoría tienen casas o intereses empresariales, lo hicieron aceptar todo lo que le ordenaba Trump, sin discusión y sin reservas; incluso si eso significó arrodillar a un pueblo entero, que es al que dice representar. Y hasta aquí esta triste historia surreal de tu Sala de Consejo semanal.