Como si la guerra entre Rusia y Ucrania no fuera suficiente, un nuevo conflicto azota a la humanidad: la creciente escalada de violencia entre Irán e Israel.
Las feroces diferencias entre ambas naciones no son nuevas. La guerra abierta sí lo es. De hecho, en los años 1970, Irán fue el segundo país en reconocer oficialmente la existencia del Estado judío. Después de la caída del régimen prooccidental del Shah Mohammad Reza Pahlavi en 1979, la relación entre ambos países se fue tensando gradualmente, hasta que hace unos años, el régimen teocrático de Irán declaró públicamente una política orientada a la desaparición total de Israel. Desde entonces, Irán ha sido uno de los principales patrocinadores de grupos terroristas y países contrarios al gobierno israelí.
Esta enemistad ha escalado a niveles nunca antes vistos. Ante la creciente amenaza del desarrollo de armas nucleares por parte de Irán, Israel consideró que era momento de detener ese riesgo y bombardeó las instalaciones nucleares de Irán y asesinó a las principales figuras de la cúpula militar iraní, así como a los científicos que estaban trabajando en el programa nuclear. Una operación precisa y letal.
Como respuesta, Irán ha decidido lanzar una ofensiva masiva con misiles y drones, que ha golpeado a la población civil de Israel. Hoy, el conflicto está prácticamente en un punto de no retorno. Un momento crítico, que incluso podría involucrar a Estados Unidos en una guerra no vista desde los años 1990 en Irak, sólo que inyectada de esteroides, porque Irán tiene una influencia política, religiosa y moral, que es varias veces mayor que la de Irak.
Las consecuencias serán inmediatas: un colapso en los mercados energéticos globales con un petróleo que podría superar los 150 dólares por barril, cadenas de suministro interrumpidas, nuevas olas migratorias y una presión geopolítica sin precedentes sobre Europa, Rusia, China y Estados Unidos. Para México, la situación implicaría una presión inflacionaria derivada del alza en combustibles y alimentos, menor dinamismo económico por la incertidumbre global, y una mayor tensión diplomática al verse obligado a tomar posiciones estratégicas en un tablero internacional cada vez más polarizado.
Desafortunadamente, por ahora la única salida es prepararse ante un escenario trágico. Ello, porque la salida real no se antoja ni pronta ni sencilla. Los gobiernos deben anticiparse, los ciudadanos informarse para ser conservadores en sus decisiones financieras, y el mundo, una vez más, enfrentar estratégicamente las consecuencias de un polvorín que parece haber explotado, en el invariablemente conflictivo corazón del Medio Oriente. Y hasta aquí la advertencia global de tu Sala de Consejo semanal.