Estamos a escasos días de la elección más grande de la historia de México y, a estas alturas, si bien hay conjeturas factibles, son pocas las certezas que existen: las encuestas nos volvieron a fallar.
Todo tipo de valoraciones y opiniones existen acerca de las encuestas, sobre todo en torno a aquellas que miden las preferencias electorales. En ese espectro hay de todo: las serias, las medio serias y las que abiertamente son una vacilada, porque más que encuestas son instrumentos de propaganda política. Sobre estas últimas no vale ni siquiera la pena hablar. Ni son encuestas ni quienes las hacen son encuestadores. Después vienen los que son serios en lo metodológico, pero poco objetivos en lo ideológico. Ellos también fallan, porque si un resultado no cuadra con sus creencias, toman decisiones para hacerlo cuadrar.
No obstante, hay un grupo que claramente causa sorpresa y es el de los encuestadores que auténticamente intentan hacer bien su trabajo, pero que casi siempre fallan, y es que ni ellos mismos saben por qué. La respuesta está justamente en lo que ellos piensan que es su mayor fortaleza: la metodología de las encuestas modernas.
Desde que se eligió a la estadística como la base teórica a partir de la cual se debían realizar encuestas, dichos instrumentos se convirtieron en un ejercicio que debe cumplir con criterios exclusivamente matemáticos. De ahí su debilidad: no todo lo social es numéricamente interpretable. Si bien es cierto que una gran parte del cálculo de las preferencias puede ser capturado con herramientas estadístico-matemáticas, hay innumerables elementos subjetivos, no matemáticos, que los encuestadores dejan de tomar en cuenta, a partir de su predisposición cuantitativa. Por ejemplo, el contexto de las respuestas, la tasa de mentira, la etapa de la campaña y hasta los elementos ambientales. Dirán los estadísticos que esos son sesgos externos no medibles. Se equivocan. Además de que sí son medibles (sólo que no por métodos numéricos), justo por eso fallan: por no medirlos e incorporarlos a sus encuestas.
Las encuestas, a final de cuentas, son termómetros de sentimientos, opiniones, percepciones y decisiones sociales. La matemática y la estadística pueden capturar una parte de eso, pero dejan de fuera la mayor parte. Por eso, en sociedades tan complejas y diversas como las actuales, entre más sólida sea la metodología matemática de una encuesta, más posibilidades tiene de fallar, tal como fallan las encuestas de hoy.
Ojalá que en el futuro las técnicas evolucionen y se construyan metodologías demoscópicas multidisciplinarias, así les parezca sacrílego a los errados encuestadores de hoy. De otra forma, seguirá pasando lo único seguro que podemos adelantar: que más del 90% de las encuestas van a fallar. Y hasta aquí la crítica muestral de tu Sala de Consejo semanal.