Llegar a esa casa era poco más que espantoso. El pesado ambiente no era un tema energético, era tangible y medible. Antes de cerrar la puerta, el primer reclamo de un marido molesto y sarcástico. Después un insulto y, en adelante, lo que fuera necesario para iniciar una discusión que invariablemente terminaba en violencia psicológica o física. Nada justificaba seguir ahí, pero ella ahí seguía. No lo podía explicar, pero era impensable irse.
En el trabajo, él era idéntico, sólo que cuidadoso para aparentar cordura. Su cargo le permitía gritar, regañar, humillar y castigar. Una llamada a su oficina siempre concluía en pleito o en lágrimas. Sin embargo, sus resultados eran aceptables y, a pesar de que los altos mandos conocían sus malos tratos, temían reemplazarlo para evitar afectar las operaciones. Nadie por encima de él y mucho menos por debajo lo apreciaba, pero no había consecuencias. Era inexplicable, pero despedirlo o exigir que lo despidieran era inconcebible.
La disfuncionalidad es para todos inaceptable, en apariencia, porque en realidad es absolutamente cómoda. Y la comodidad es lo que mantiene a personas, familias, organizaciones y sociedades soportando estados emocionales inadmisibles, sólo para evitar el cambio. Lo disfuncional no son las situaciones insoportables, sino el insoportable miedo que paraliza y nos eterniza en un espacio de desesperante desolación. En otras palabras, no nos frustra lo inaguantable de una situación, sino la falta de valor para salir de ella. Nos entristece nuestro terror de transitar hacia algo diferente, pero tenemos más pavor que tristeza. Y ahí, en ese limbo de pánico, es donde se pudren millones de vidas, que soportan cada día lo indecible por no atreverse a explorar lo ignoto.
Disfuncional es pasar más tiempo e invertir más energía en resistirse al cambio que en generarlo. Pero volvemos a lo mismo: mantener lo que hay, así sea lamentable, es cómodo y aspiracionalmente creemos que lo cómodo es lo ideal. De hecho, nuestras vidas están diseñadas para alcanzar y perpetuar la comodidad. Y la comodidad, a la larga, es lo más incómodo que hay.
La incomodidad nos reta a encontrar nuevas formas, a desarrollar nuevos métodos y a resolver retos. Los grandes cambios personales, los descubrimientos más audaces, las sociedades más exitosas vienen de la incomodidad de alguna crisis, del rompimiento con el status quo. Nadie ha creado nada interesante desde su comodidad y nadie que sufra ha dejado de hacerlo desde ahí.
Por eso, las personas, las organizaciones y las naciones que optan por la comodidad, tarde o temprano caen en la disfuncionalidad de sus vicios. Es en la disrupción de la incomodidad que se renueva la funcionalidad. Eso es lo que deberíamos hacer aspiracional a todos los niveles del quehacer humano. Es la opinión semifuncional de tu Sala de Consejo semanal.
Arnulfo Valdivia
@arnulfovaldivia