Tras la masacre consumada en Minatitlán, Veracruz, con saldo de 13 personas muertas, incluido un bebé, mucha gente sufrió una gran decepción, al notar que el Presidente de la República no habló de iniciar una búsqueda incansable hasta dar con los responsables, como lo hacían los desacreditados neoliberales, que prometían hasta buscar debajo de las piedras, en casos parecidos.
También eran criticables, porque las declaraciones se volvieron rutinarias. En cada caso, la respuesta del gobierno era igual y después del suceso nada se hacía. Sin embargo, echar la culpa a los que ya no están, de lo que ahora ocurre, no ayuda en nada. Menos a resolver el desbordado problema de inseguridad que padecemos y que va in crescendo de manera incontenible.
¿De qué sirve decir que lo sucedido en la tierra veracruzana es herencia de una política económica antipopular y entreguista y del cochinero que dejaron los gobiernos anteriores? ¿Eso traerá consuelo a las familias que perdieron seres queridos y seguridad a los mexicanos?
¿De qué sirve repartir culpas, siempre, a los que gobernaron y cometieron toda clase de desatinos criminales, cuando además, ahí están como si nada, mientras quien los condena con el verbo los perdona con el sentimiento? ¿Por qué no los hace pagar sus culpas y deja de señalarlos? Los mexicanos quieren ver que problemas como la inseguridad se solucionan, no que se critique a otros porque ocurren.
Dice que con la Guardia Nacional, esa clase de problemas se acabará. Esa es la esperanza para los que vivimos en este suelo, siempre asustados, porque los crímenes crecen todos los días y están a la vuelta de la esquina. Quién sabe cuántos más se cometerán hasta que la Guardia entre en funciones.
Pero, seguramente los criminales, que para nada son pera en dulce y hasta se atreven a amenazar al mismo Presidente, no cederán ante ningún desafío. Hasta hoy hemos conocido cómo se las gastan y cero respuesta del gobierno, que tiene entre sus funciones la de garantizar la seguridad de sus gobernados. Hasta hoy, sólo tenemos una esperanza.
Cuando Calderón inició la guerra contra los criminales, creyó que con ver a los uniformados del Ejército correrían despavoridos, llenos de miedo. Se equivocó. Aceptaron el reto y a la larga demostraron que eran superiores en todo: en número, en armamento y en estrategias y en la actualidad, son los que se han apoderado de México, de vidas y de haciendas.