Hoy comienzo con un relato trivial al decir que desde la cocina redacto mis líneas para esta columna periodística. Tan simple como contarles que he decidido mudar de habitación, salir del estudio para tener más cercano los aromas del otoño melancólico, amén del confinamiento obligado. Más aun, el clima nos anuncia sus bajas temperaturas en este Valle de Zapotlán, por ello resulta reconfortante improvisar mi escritorio sobre esta mesa de madera antigua y arrimar lo necesario para convenir en el aderezo de las ideas. Y si hay algo que no puede faltar a un lado de esta pantalla de plasma es mi cafetera eléctrica que venga a humedecer las palabras, persuadido con embelesada luz de luna que me lleva por otra dimensión del tiempo:
Guadalajara, año de 1976. La vida cultural es alimentada con ánimo y espíritu por un grupo de artistas e intelectuales nacidos en la década de los 30, por lo tanto son hombres y mujeres que ya suman sus cuarenta y tantos, es decir, plena madurez; destreza que se demuestra en sus respectivas disciplinas estéticas. Ellos hacen y deshacen en esta ciudad tapatía todo cuanto tiene que ver con literatura, conciertos, exposiciones, manifiestos, lo mismo que rupturas ideológicas o de tendencias declaradas. Pero eso sí, siempre con la pasión por seguir posicionando a su territorio cual esfera luminosa en el ámbito cultural, cuando a estas alturas todavía se compite por los mejores escalafones con México, ciudad capital.
Ahí tenemos que sus nombres ya nos resultan familiares pues algunos de ellos fueron nuestros maestros: la máxima casa de estudios en Jalisco los tiene como profesores e investigadores, a la par de lo que cada uno ejerce en su oficio. Ahora los traigo a la mente: Hermilio Hernández y Carmen Peredo (música), Ignacio Arreola (teatro), Alberto Gómez Barbosa (fotografía), Alfonso de Lara Gallardo (pintura), Manuel Rodríguez Lapuente (ciencias políticas), Ernesto Flores y Hugo Gutiérrez Vega (poesía). Son ellos quienes dieron a la cultura de Guadalajara una identidad ecuménica y sofisticada. Atrás quedaba la nostalgia de una cultura decimonónica impregnada de perfume rancio y vetusto. Son ellos quienes salen a recorrer mundo con miras a difundir otro pensamiento creativo. Incluso lo hacen también a través de la radio universitaria con programas culturales que vendrían a inaugurar un concepto diferente en el cuadrante. Muchos crecimos escuchándolos en aquellos inicios de Radio Universidad de Guadalajara. Recuerdo especialmente a Hugo Gutiérrez Vega en sus programas sobre literatura con voz sabia y envuelta con un velo de hipnosis auditiva; escucharlo fue siempre un placer, de ahí el pretexto en tomarle prestado al poeta el título para este artículo.
Así permanece en la memoria, con los ánimos por hacer valer el arte contemporáneo, la cultura tapatía de nuestro tiempo. Resulta de ser un mayorazgo depositado en este grupo de humanistas jaliscienses.