Emociona que los tres grandes realizadores mexicanos a sus casi sesenta años y en medio de carreras sumamente exitosas, nos regalen películas personales que remiten a sus raíces, niñez y visión de México. En 1918 Alfonso Cuarón nos compartió sus recuerdos infantiles y reflexiones maduras en **Roma, una película homenaje a la colonia Roma en CdMx, su familia y, en especial, su nana que le enseñó el valor de la generosidad y el humanismo. A cuatro años de **Roma, Guillermo del Toro sorprende e impacta con **Pinocchio, un homenaje a su universo fantástico y la animación stop motion. Casi simultáneamente llega a las salas de cine **Bardo de Alejando G. Iñarritú que, más que narrar una historia, construye un impresionante fresco de recuerdos de vida, duelos, miedos, ideas y dudas de un mexicano afincado en EUA.
Qué suerte que podamos ver **Bardo, falsa crónica de unas cuentas verdades de Alejandro G. Iñarritú en una sala de cine antes de que pase a las plataformas. Es obvio que el filme está concebido para la gran pantalla, el gran sonido y las grandes emociones. No solo para las secuencias que muestran parajes desérticos, enfrentamientos bélicos, pirámides tapizadas de víctimas de la conquista española y el centro histórico de la Ciudad de los Palacios cubierto por los desaparecidos. También las secuencias al estilo del cine de cabareteras, los **reality shows televisivos y las escenas familiares íntimas y lucen por una puesta en cámara y un diseño sonoro “de gran pantalla”.
Con **Bardo Alejandro Iñarritú y su actor Daniel Giménez Cacho nos atrapan con las vivencias, recuerdos, duelos, éxitos, fracasos, reflexiones y dudas de un hombre que hace un alto en el camino para preguntarse de dónde viene, quién es y adónde va. La crónica a la que alude el título del filme, no es cronológica, sino un rompecabezas de imágenes, escenas y secuencias como el que compone la memoria, los recuerdos, sueños y fantasías. Es, además, una crónica falsa, es decir ficcionada, así que estamos advertidos: El filme puede haberse inspirado en vivencias e ideas del director pero no podemos tomarlo de manera literal. El protagonista Silverio (Daniel Jiménez Cacho), un realizador de documentales que reside en Los Ángeles, California, llega a México para recibir un premio. El reencuentro con sus raíces, los recuerdos, alegrías, duelos y frustraciones le provocan una profunda crisis que el filme convierte en un relato y experiencia que llevan al espectador por una montaña rusa de emociones, referencias y reflexiones.
Bardo muestra momentos y situaciones límites también en la historia y los mitos de México. Los comentarios de Hernán Cortés, sentado en una pirámide de cadáveres en el Zócalo capitalino, los cadetes - los Niños Héroes-, que se sacrifican en pro de la Patria, las invasiones de EUA con toda y “compra” de tierras fronterizas y las multitudes a pie - o en coche - que empujan hacia la frontera entre México y EUA, ilustran la característica fronteriza de un país y miles de ciudadanos, que, como Silverio, han migrado y establecido su hogar en el extranjero. La sombra que trata de emprender el vuelo sobre el desierto, los pies desnudos que caminan en la arena, los ajolotes que mueren en el piso de un tren y el agente de migración que no acepta que Silverio le llame hogar a EUA, hablan de límites, exclusión y racismo. Al igual que el vigilante de un hotel en una playa mexicana que le niega el acceso a una mujer indígena. Bardo quizás podría interpretarse como visión egocéntrica de un hombre de edad madura que revisa su pasado y presente. Pero es mucho más que eso. El filme construye un fresco e invita a la reflexión a espectadores de todo el mundo, en especial a los que viven en países y regiones fronterizas marcadas por un pasado de violencia y un presente cargado de dolor e incertidumbre.
Annemarie Meier