Virginia y Jaime estaban preparando la comida en su casa, ubicada en la colonia Los Murales, en el vecino municipio de Lerdo.
De pronto, esta pareja de adultos mayores escuchó un fuerte ruido que los alertó.
Se trataba de un vecino que, todos los días, consume sustancias tóxicas y atemoriza a los habitantes de ese sector habitacional.
Ese día, el joven de 19 años rompió la protección y la ventana de la casa de los ancianos, intentando ingresar al domicilio.
¿Para qué? Solo él, en su “viaje”, lo sabe.
Pero no solo Virginia y Jaime han sido víctimas.
El joven —que, vale la pena destacar, tiene familia y vive en la misma cuadra— cuenta con un largo historial de consumo e intimidación hacia otros vecinos.
A pesar de que estos han advertido reiteradamente a su familia sobre sus actos, no han obtenido respuesta, ni de ellos, ni de las autoridades.
Ni la Policía de Lerdo, municipio donde ocurrieron los hechos, ni la Vicefiscalía del Estado de Durango han intervenido para contener las acciones de este joven mientras se encuentra bajo los efectos de los estupefacientes.
El problema de consumo que enfrentamos como sociedad es, en verdad, grave. Pero esto no justifica la omisión.
Las familias estamos obligadas a hacernos responsables de los padecimientos de nuestros integrantes.
No podemos simplemente dejarlos “a la buena de Dios” para que terminen cometiendo actos violentos contra vecinos que ni la deben ni la temen.
Debemos mantener también una relación adecuada con los vecinos.
Recordemos que viviremos junto a ellos para siempre —en la mayoría de los casos—, y esto se replica en todos los sectores, en todas las colonias: personas que se enfrentan por las hojas secas de los árboles o por el agua que se acumula en las banquetas.
Un claro ejemplo de ello ocurrió el pasado viernes en el fraccionamiento La Noria, cuando varias familias terminaron a golpes e invadiendo propiedad privada por viejas disputas.
Por desgracia, en esos casos, la autoridad brilla por su ausencia.
