La administración de Pemex y el petróleo han sido perjudiciales para las finanzas públicas de nuestro país. Fueron cerca de cuatro dé-cadas a partir de 1977 en donde México dispuso de este recurso no renovable como una herramienta para el en deudamiento con la banca internacional, privilegiando el flujo de efectivo de corto plazo sobre medidas estatistas.
La abundancia petrolera se nos fue básicamente en corrupción y un gasto corriente fuera de control de los gobiernos anteriores. La política energética sin lugar a dudas resultó sesgada, más fácil administrar el petróleo que parecía fuente de riqueza interminable que incursionar en las energías renovables en tiempo y forma.
Se estableció un régimen fiscal confiscatorio alrededor de Pemex y CFE, lo que complicó a las empresas incursionar en proyectos de alto impacto y rentabilidad. Se contrataron trabajadores de más y se dejó de invertir en infraestructura propia para mantener la operación mínima de sus activos, perdiendo la oportunidad de generar economías de escala. Se fueron abandonando institutos de renombre como el Instituto Mexicano de Petróleo, dejando al margen de los extranjeros los empleos de calidad y la proveeduría de gran parte del sector.
Poco se hizo en materia de regulación de energéticos para prevenir y mitigar los efectos de cambio climático. En los últimos años, la deuda de Pemex rebasó los 100 mil millones de dólares. Su sindicato y algunas empresas privadas al- canzaron a repartirse lo poco que quedaba, dejando un futuro poco prometedor para las empresas productivas del Estado.
En ese sentido, AMLO llegó tarde al rescate. Había acertado en su diagnóstico alrededor de las empresas estatales mexicanas; sin embargo, su plan para revertir el daño patrimonial de Pemex resultó ocioso y su política energética (si es que se puede llamar así) contradictoria y añeja. Alguien le metió en la cabeza que refinar gasolinas en el país es un proyecto prioritario, de rentabilidad alta y de largo plazo; sin embargo, hoy en día, no es así.
La realidad es que las refinerías de Pemex están, en pro- medio, al 25% de su capacidad operativa; caso particular de la refinería de Madero no llega ni al 10%. Llevar las seis refinerías actuales al 95% de su capacidad operativa requeriría de tiempo y de una inversión extraordinaria de varios miles de millones de dólares.
Ahora bien, suponiendo que nuestras refinerías operaran al 100% de su capacidad, destaca que gran parte del petróleo que produce México se le conoce como maya; por sus propiedades, este tipo de petróleo no es el mejor para refinar, su eficiencia es de cerca del 17% afectando de manera severa la calidad del aire. Por si fuera poco, Pemex reportó que durante el último trimestre de 2018 el margen de refinación fue negativo; resultó más caro producir gasolinas que el precio de venta. Resulta ocioso e insuficiente invertir miles de millones de dólares para habilitar refinerías cuando el mercado global exige migrar la política energética hacia el sector eléctrico renovable.
Si bien es cierto que se debe equilibrar la producción nacional y las importaciones, a estas alturas el sector energético nacional tiene otras muchas prioridades que refinar crudo pesado. Debemos imple- mentar un programa holístico de conectividad y transporte que desincentive, paulatinamente, el uso de los combustibles. Con las cifras actuales de producción, Dos Bocas incluso va contra la tan aclamada soberanía energética, pues tendríamos que importar petróleo para hacerla funcionar. Alguien tiene que regresar al Presidente de su mundo paralelo porque mientras más se tarde, más duro será el garrotazo.