Me parece que no está usted entendiendo”. La primera vez que oí la frase fue en una vieja película de gangsters. Sonrisa a medio camino, mirada con filo. Blanco y negro. Gracias a esa escena, años después comprendí la zozobra del dueño de una pequeña empresa de comunicación al relatar cómo el secretario de Gobernación en turno —de esos que el PRI tenía hace mucho tiempo—, lo había llamado con motivo de una declaración crítica que el empresario había hecho sobre una práctica comercial del Gobierno, y lo invitaba a “tomarse un café” en las oficinas de Bucareli. “Es que —contó que le había dicho el secretario con suavidad—, me parece que no está usted entendiendo, licenciado”. El recuerdo de estas dos escenas hicieron que me detuviera en la mañanera del viernes pasado. El Presidente hablaba de “algunos ventajosos” que tenían que “ir entendiendo”. De pronto, la simple enunciación del “ir entendiendo” pareció detonar en nuestro mandatario el recuerdo de un asunto pendiente. Cambió radicalmente el tema y se dedicó entonces a construir un largo “Llamado a los radiodifusores de la Ciudad de México”.
Aprovechando el tema —dijo el Presidente, refiriéndose ahora a los otros que tenían que entender—, hago un llamado a los radiodifusores porque “están completamente ladeados. O sea, nada más están de un lado, no hay equilibrio. Todas las estaciones de radio, en contra de nosotros. Le busca, le cambia y todos los conductores de radio —hombres y mujeres— en contra. No hay quienes puedan defender algunos de los planteamientos nuestros. Un desequilibrio total, no hay objetividad. No hay profesionalismo. Son completamente tendenciosos. A lo mejor los dueños no lo saben. Sucede como cuando ordenan los represores, que ordenan que un policía le dé un macanazo a uno y le da tres”. Después de la queja, nuestro mandatario concluyó: “Están desatados”, para finalmente solicitar “muy fraternamente”, “una revisión”.
“Es que este niño no entiende”, dicen algunos padres cuando se quejan de sus hijos o, aún peor, “este niño no quiere entender”. Amorosos, condescendientes, amenazantes. Fraternos. Sucede entonces que los niños entienden porque entienden. Y es que a pesar de lo que dicen los padres, eso sí lo entienden muy bien los niños. Y también porque los niños no quieren “entender de otra manera”.
La coincidencia en las formas y el lenguaje no es casual. Ya Luis Espino en su más reciente libro López Obrador: el poder del discurso populista, explicó la figura del “padre severo” como una característica de nuestro Presidente. Un padre estricto cuya autoridad moral no es debatible. El único que puede dictar una “Cartilla Moral”. El que establece la diferencia entre el bien y el mal y, por lo mismo, el que decide quién es bueno y quién es malo. Un padre al que hay que obedecer porque la desobediencia es inmoral.
Inmorales, desobedientes, ladeados, tendenciosos. Quizá hubiera bastado con contarle al Presidente el chiste del que se mete al Periférico en sentido contrario, mientras les grita a todos los que se le vienen de frente que están equivocados. Pedirle que de entre todos esos que lo critican sintonice a uno. El que sea. Y que lo escuche. O tal vez sea yo la que no está entendiendo nada.
@olabuenaga