La Miss baja la escalera del escenario en un alarde de destreza y equilibrismo. Tan solo por ello merecería la corona. Las luces, las cortinas destellantes, el piso de papel espejo. Y ella, con una sonrisa que trae puesta desde el inicio de la competencia, baja ondeando la vaporosa falda de su vestido, clavando los afilados y larguísimos tacones en cada escalón para, a partir de ahí, sostener no solo su equilibrio sino el de su país entero. Todo, al tiempo que realiza una hazaña singular: mantener la mirada en el horizonte sin voltear al piso ni siquiera de reojo, con lo cual le resulta imposible calcular en qué paso se termina la maldita escalera. La pregunta es de rigor. Se acerca al micrófono y responde con suavidad. “Que haya paz en el mundo”.
Doctrina de Miss Universo le dicen ahora. Pensamiento o razonamiento de Miss le decían cuando se referían con ello a los políticos e incluso a Donald Trump. Sobresimplificación de una realidad que parece imposible de entender. Complejidad del mundo actual en donde resulta insoportable explicar el ataque del grupo terrorista Hamás dentro de territorio israelí, el asesinato de civiles, de bebés, la violación de mujeres y la sangre arrastrada por una casa hasta llegar a la habitación de los niños cuyas literas están desordenadas y en una de ellas se mantiene acurrucado el perro de la casa porque ya no sabe qué hacer ni a dónde ir. Después de ello, la guerra.
Hasta ayer por la noche, los portaviones de ambos bandos preparados, las tropas listas para recibir la orden de entrar a territorio palestino. 4 mil muertos de un lado; mil 400 del otro, 200 secuestrados. ¿Y ahora?
¿De verdad nos estamos haciendo la pregunta? Solo hay dos opciones: o se matan o se sientan a acordar la paz. No hay opción. Es más, si el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, o el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, deciden que el diálogo es imposible en este momento, estarán entonces aceptando que para ellos es más fácil asesinarse. Tal vez eso resulta lógico de asumir para los militares acostumbrados a la guerra; pero el mundo no le pertenece a la gente uniformada de verde olivo. El mundo está lleno de personas como usted o como yo, ejércitos de personas desarmadas que se duelen con la muerte de otro. Personas que se parecen más a la Miss Universo, que a los otros. Es decir, personas que quieren la paz. Me va a decir que suena ingenuo, ¿verdad? Piense por un instante cómo suena la otra opción. ¿Resulta complicado? ¿No será que, en realidad, lo otro es lo complicado? La explicación de los politólogos. ¿De quién es el derecho histórico? ¿En qué instante nos detenemos? ¿En los tratados recientes que no prosperaron? ¿Las invasiones? ¿La última guerra? ¿El mapa de 1948? ¿El de 1947? ¿El pesebre? ¿El templo del Rey Salomón? ¿La piedra en la mezquita desde donde Mahoma ascendió al cielo? ¿La piedra fundacional justo debajo del Muro de los Lamentos, del Santo Sepulcro y de la Mezquita? ¿La piedra fundacional en donde Dios creó al mundo además de Adán y a Eva? Es hoy, aquí estamos y solo existen dos opciones.
¿No será que la Miss Universo tiene razón? La paz del mundo. Burlémonos de ella tanto como queramos, pero acordemos que al final, su respuesta es infinitamente mejor que la otra opción.
