La indignación es más que una emoción. Es rabia con argumentos. Es hiperventilación, taquicardia, dientes apretados, sudoración en las manos, pero que no buscan destrucción, al contrario, persiguen la restitución de lo que se ha perdido. Eso es lo que está provocando la reciente elección del Poder Judicial en México: indignación. Y es que a diferencia del simple enojo, la indignación está convencida de que hay algo que merece ser defendido, algo digno de ser salvado. En este caso algo muy grande: uno de los tres poderes de la nación. Por eso, a diferencia de la furia, que ciega y nos deja mudos porque pierde las palabras, la indignación las provoca como medio de defensa. La indignación necesita palabras para expresar sus razones aunque las diga llena de cólera. Dicho en una sola frase llena de rabia: estamos indignados. Hacía tiempo que no veíamos un sentimiento así en nuestro país y está creciendo.
¿Y es que cómo no sentirse indignado? Hoy sabemos que la votación fue definida por los acordeones que se distribuyeron antes de la elección. Y no, no me refiero a los apuntes que algunos hicieron de manera personal para apoyarse a la hora de votar, como han querido confundir algunos voceros oficiales. Hablo de los acordeones impresos y distribuidos de manera ilegal por instancias partidistas y de gobierno. Acordeones que violan de forma sistemática el marco constitucional y constituyen diversos delitos electorales. De forma indignante se comprobó que el 61% de la gente votó por al menos seis de los nueve candidatos sugeridos, que en el 23% de las casillas la coincidencia fue del 100% y que para el Tribunal de Disciplina Judicial la coincidencia fue del 90%. Como demostró Luis Carlos Ugalde, ni el Melate tiene una probabilidad de acierto tan grande como esta elección.
Todo lo cual demuestra algo indignante. La elección no la definió ni siquiera ese 12% que salió a votar. La decidió el grupo de políticos que diseñaron el acordeón y lo mandaron imprimir. Lo cual hace inevitable preguntarse: ¿no resulta eso indigno para aquellos que fueron elegidos? ¿Considerarse electos democráticamente cuando no fue así?
Indignante también ver cómo, por primera vez en la historia del INE, cinco de los once consejeros no validaron los resultados del proceso al denunciar un clima de simulación democrática que no garantizó equidad, libertad ni autenticidad en el sufragio. Lo cual, además de expresar una grave crisis de legitimidad en el proceso, reveló la indignación que estos consejeros sintieron para hacerlos expresar su inconformidad y dejar en actas su voz como señal de alarma histórica. Valientes.
Indignados los que no salieron a votar, indignados los que anularon su voto, pero hoy aún más indignados deben estar los que hicieron el esfuerzo por investigar, elegir y votar, porque a esos les robaron su decisión y la confianza en su país.
Una última nota que debe resultar de aliento. Contrario a la resignación o el cinismo, la indignación conserva —paradójicamente— un fondo de esperanza: se indigna quien cree que las cosas pueden y deben ser distintas. El que cree que se debe salvar lo que se ve perdido. Con lo cual solo resta una acción posible: indignémonos. Indignémonos todo lo posible.