La primera vez que vi una espiral en donde una persona puede caer y perderse para siempre fue en la película Vértigo, de Alfred Hitchcock. La secuencia de los créditos de entrada, acompañada por una música de suspenso despiadadamente cincuentera, recorre muy de cerca la cara de Kim Novak: de la mejilla a los labios y, de ahí, a la nariz, al ojo, a la pupila, en donde aparece la espiral sin fin que supone nuestra entrada a la mente de la protagonista o nuestro fin, ya que al tiempo de entrar, el brazo de la espiral se abre para tomarnos de la mano y conducirnos de regreso al pozo oscuro de su centro. Imposible no imaginar la silueta de una persona cayendo en ella eternamente. Un grito que se ahoga en el abismo. Vértigo y mareo hipnótico que presagia el argumento de la película y hoy se convierte en uno de los signos de nuestro tiempo. Por lo menos así lo han definido los investigadores Haidt y Lukianoff, quienes anunciaron que las sociedades habíamos entrado en una espiral de polarización imparable bajo una nueva ley que niega todas las de Newton:
“A toda acción corresponde una reacción desproporcionada”. Todo ello descontando al parecer México, en donde la semana pasada el Presidente dijo que nuestro país no está polarizado.
“No hay polarización —afirmó nuestro mandatario—, hay politización. ¿Por qué no hay polarización? porque la mayoría de la gente está de acuerdo con lo que se está haciendo”, para de ahí cerrar señalando que los que debaten la opinión de la mayoría que lo aprueba “son clasistas y racistas”. Más allá de que la declaración tiene importantes ausencias democráticas como el respeto al disenso, el comentario, aún sin pretenderlo, se convirtió en una demostración casi científica de la nueva ley de la polarización. Fije su vista en el centro y mire cómo gira. A la marcha del 13 de noviembre en defensa del INE le correspondió una reacción desproporcionada: la masiva contramarcha del 27 en favor del Presidente, a lo que le correspondió una acción desproporcionada: el menosprecio de la oposición a la movilización masiva cuestionando su legitimidad, a lo que le correspondió una reacción desproporcionada por parte de nuestro mandatario: asegurar que todos los que lo cuestionaban eran clasistas y racistas. Y así, vuelta tras vuelta, esto gira. Déjese llevar, agregue una denostación, quizá una majadería del lado que más le acomode, al fin todo da vueltas en la misma espiral. Esto no va a parar.
Ya varios investigadores habían demostrado que los comentarios con altos grados de indignación y juicios morales resultaban más atrayentes y adictivos de lo normal. Hoy, la consultora española LLYC demuestra que la polarización del debate público en Iberoamérica ha crecido 40 por ciento en los últimos cinco años, generando importantes cantidades de dopamina y endorfinas que estimulan el consumo de este tipo de conversaciones polarizantes y la participación en ellas. Dato, este último, que año con año se incrementa haciendo los brazos de la espiral aún más largos y el peligro más tangible.
No le cuento el final de la película, pero caminar por la cornisa de un país, enredados en una espiral de ofensa, mareados de soberbia o hartazgo, hace muy probable una caída.
Ana María Olabuenaga
@olabuenaga