¡Alto! ¡Alto! ¡Alto! Esto es superfuerte, superimportante. Atención amantes del K-pop, de los K-dramas y en general, de la cultura coreana.
Y si a usted no le interesa Corea, no sabe nada o le molesta. Mejor. Porque como mexicana, porque como mexicano, vivirá algo hermoso y aprenderá cosas.
Se trata de “Si la vida te da mandarinas” de Netflix.
¡No! El título, por las implicaciones culturales de la traducción, es espantoso. No es como cuando en el español de México decimos: “Si la vida te da limones, has limonada”.
Las mandarinas son dulces. Son ricas. Como esta historia. ¡No! ¡No! ¡Ya no traduzcan así, por favor!
¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué esta K-serie es tan relevante si hay muchísimas más triunfando ahí mismo, en Netflix?
Porque es un parteaguas en el uso del poder suave que Corea ha manejado tan bien desde hace más de 20 años.
“Si la vida te da mandarinas” no es sólo una “telenovela” diseñada para encantarle al público internacional. Es una manera muy inteligente, muy sutil, de posicionar la historia reciente de la República de Corea como un éxito, como un ejemplo mundial.
No es un K-drama histórico como “Una joya en el palacio”. Es la creación de un discurso que vale 14 mil veces más que cualquier ejercicio diplomático.
No hay manera de ver esto y de no decir: “por eso los coreanos son tan buenos”, “ojalá que nosotros hubiéramos tenido una historia así” o, de plano, “quisiera ser coreano”.
¿De qué trata? Es como “Los Minondo” de Canal Once o como las legendarias telenovelas históricas de don Ernesto Alonso, pero sin obviedades.
Es la historia de una mujer, de una familia, de principios de los años 60 a la actualidad.
Quiero que se dé cuenta de que en aquella época, y lo digo con mucho respeto, la República de Corea venía de una guerra que le dejó muy mal: pobre, machista, corrupta.
No había recursos naturales. Sólo gente. ¿Y cuál fue la apuesta del gobierno? Educación.
“Si la vida te da mandarinas” comienza como las odiseas de una niña particularmente miserable que sueña con ser escritora en una isla perdida en la inmensidad de la nada: Jeju.
Es mi obligación, como crítico profesional, explicarle lo que hay detrás de esto para que lo entienda, para que lo aprecie.
Jeju-do (el sufijo do en coreano significa isla) es hoy por hoy como el Cancún de Corea.
Los coreanos mueren por ir de vacaciones ahí. Se trata de una isla llena de rocas volcánicas sede de muchos patrimonios ecológicos y culturales reconocidos por la UNESCO.
Es famosa por sus montañas, por sus cráteres, por sus amaneceres, por sus cerdos negros (que son exquisitos) y por sus mandarinas.
En Corea, a diferencia de México, como batallan tanto para tener ciertas frutas, las mandarinas son un tesoro.
En Jeju-do viven “las mujeres buzo”. Perdón que lo diga así cuando en español tradicional sería más correcto utilizar sólo la palabra buzas. Lo que pasa es que se trata de una de las historias de feminismo más maravillosas de todo el planeta.
Estas señoras también tienen el reconocimiento de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por parte de la UNESCO y son tan importantes que les construyeron un museo precioso, inmenso.
Le cuento la historia rápido: por diferentes razones, hubo un momento, en el pasado, en que las mujeres se quedaron solas en Jeju-do.
No había nada para darle de comer a sus hijas, a sus hijos. ¿Y qué hicieron? Se metieron al mar. Aprendieron a bucear en condiciones infrahumanas. Sin equipo.
¿Para qué? Para extraer moluscos de las partes más profundas, más lejanas y peligrosas. El mar del sur de Corea es agreste, frío. Ellas son heroínas. Son atletas. Son mujeres. Grandiosas mujeres.
Tuve el gran honor de ir a Jeju-do hace algunos años a entrevistarlas y a hacer varios programas especiales de televisión gracias a la generosidad del Centro Cultural Coreano y de muchas otras instancias del gobierno de la República de Corea.
No sabe usted toda la riqueza cultural que hay en ese bellísimo lugar.
La mamá de la protagonista de “Si la vida te da mandarinas” es una mujer buzo de Jeju.
Por eso es tan importante que usted entienda por qué esta niña escribe el poema que escribe, por qué sufre tanto al tener una madre tan maravillosa pero, al mismo tiempo, tan expuesta a la muerte, tan discriminada por los hombres.
Toda esta magnífica producción original de Netflix está llena de esta clase de guiños.
Lo hermoso es ir viendo, conforme pasan los capítulos y, obviamente, conforme pasan los años, la evolución tanto de los personajes como de las mujeres, como de la sociedad y, por supuesto, de Corea.
Si usted está buscando inspiración, si usted quiere conectar con mujeres que no se dejan o si usted simple y sencillamente quiere aprender cómo fue que Corea se convirtió en el superpaís que es ahora, tiene que ver esta gran aportación.
Luche con todas sus fuerzas por ver “Si la vida te da mandarinas” en Netflix. Le va a gustar. De veras que sí.